Hoy os traigo por aquí un relato que he escrito recientemente. He empezado a escribir historias cortas en base a frases sueltas, escenas, paisajes, personajes o lo que se me ocurra, para practicar y soltarme. Es el primer relato del que me siento verdaderamente orgulloso, así que espero que os guste.

Aquel día el restaurante estaba hasta arriba, literalmente. Habían tenido que habilitar el techo para que pudiese caber toda la clientela que había decidido ir a cenar al Sin Gravedad a celebrar el fin de milenio. Con un sencillo mecanismo anti-pro-gravitatorio, se conseguía mantener la gravedad abajo y arriba. Algunos restaurantes son conocidos por su comida, otros por su longeva historia y otros por su manejo de la gravedad. La comida no era nada de otra galaxia, pero tampoco es que estuviese mala.
Daba la casualidad de que también era el primer día de Liko, el camarero que no paraba de subir y bajar por la pared para coger los pedidos de todas las mesas. Disimulaba el olor a sudor con un uniforme perfectamente planchado (no por él, por su madre la noche anterior, insistente en que su hijo no podía ir a trabajar hecho un electrón arrugado) y su ansiedad con una sonrisa de oreja a oreja. Joder, era su primer día y no había parado un segundo. Su supervisor lo miraba orgulloso desde alguna cámara escondida en una planta o en un tenedor. Sí, su supervisor era de esos que esconden cámaras en la cubertería del local. El sudor y la ansiedad estaban más que justificados.
Por lo que no era la absurda cantidad de gente que había fuera del local esperando para entrar a comer en el techo o en el suelo, según les tocase, lo que ponía a Liko nervioso. Liko se movía como un cometa dopado entre mesas, especies innombrables que no cabían casi en la silla y otros de sus compañeros que por su torpeza no eran más que un obstáculo para nuestro camarero estrella. Lo que ponía a Liko nervioso, era el bajito nuptoniano con acento de Júpiter que tenía por supervisor. Todavía recordaba lo primero que le había dicho al llegar al restaurante, media hora antes de abrir.
—Hola, Lilo. —Su acento no le permitía usar la K al hablar, lo cual no le impedía sonar como un auténtico im…—. Importante: no me jodas la noche.
—Buenas tardes, no lo haré —respondió Liko.
—Por si alaso no me has entendido; no me jodas la noche.
—No, señor —repitió como un reproductor de vídeo que puede suspirar a la vez que habla—. No le joderé la noche.
—¡Fantástilo!
No tenía por qué salir nada mal, había trabajado en infinidad de restaurantes. Su desorbitado sueldo quedaba anclado de nuevo en la órbita normal de sueldos por su gigantesca experiencia. Liko era el mejor camarero en siete galaxias a la redonda y en treinta y dos en línea recta mirando hacia el norte.
¿Acaso su supervisor no sabía con quién estaba hablando? Tal vez pensaba que hablaba con un muchachito joven sin experiencia y sin estudios, que lanzaba su currículum al espacio y esperaba a ver contra qué restaurante se estrellaba. Tal vez fue el hecho de que fuese su madre la que hubiese cogido el teléfono cuando el supervisor llamó a su casa para contratarlo. Dios sabe qué le habría dicho aquella mujer sobre él. Su orgullo por su hijo se había esfumado cuando este le dijo que nunca sería cualquier otra cosa que no fuese camarero. Por mucho que ella repitiese lo contrario.
—¡Por todas las estrellas del Universo, las del de al lado y las del que tengo metido en el culo! ¿Mi hijo va a ser camarero? Si lo llego a saber me cargo a su padre antes. —Esa fue la respuesta que le había dado su madre cuando se lo dijo, luego se dio cuenta de que estaba pensando en voz alta—. Ah, Liko, querido. Estoy muy orgullosa de ti, vas a ser un concejal excelente.
Y así fue. Decidió no pensar más en su madre ni en su supervisor ni en nada que no fuese su trabajo. Continuó recibiendo pedidos, llevando cuentas, preguntando si alguien quería algo más (nunca querían, pero él tenía que preguntarlo), sonriendo y sudando. Cada vez que una cuchara brillaba en su línea de visión una gota de sudor resbalaba por su frente. Supo mantener el tipo.
Hasta más o menos las once de la noche. Mientras llevaba la cuenta a una mesa del techo, la que estaba entre la planta colgante y la pecera cuatridimensional, vio por el rabillo del ojo a un cliente que cenaba solo llamarlo alzando la mano. El protocolo le decía que tenía que terminar primero de llevar la cuenta y atender después a aquel señor, pues era el orden cronológico el que aseguraba la igualdad en el trato a una clientela que venía de todas las partes del Universo. Algo en su rostro llamó la atención de Liko; el brillo de desconcierto en sus ojos, el leve enfadado arqueo de sus cejas, la indisimulable mueca en su boca o el temblor de su mano levantada. Detalles como aquellos hacían que te saltaras el protocolo en pro de evitar que te pidieran la nave de reclamaciones (tenían una nave aparcada en la parte de atrás, que cualquier cliente tenía derecho a coger e ir directamente a la casa del dueño del restaurante a quejarse del mal servicio).
A Liko nadie le pedía la nave de reclamaciones. Con un suave giro de cadera cambió su rumbo hacia la mesa del señor, también en el techo, próxima a los baños de la parte de arriba (aunque los baños de la parte de arriba estuviesen, efectivamente, en la parte de arriba, todo lo que uno despedía por su cuerpo seguía su curso normal hacia abajo).
—Disculpe, camarero. Hay un OVNI en mi sopa.
—¿Perdón?
—Ya me ha tocado el tonto. —Dio un golpe a la mesa, lo que hizo que una metálica esfera sobresaliese dentro de su sopa—. Mire. —Señaló hacia el trozo, que además estaba rodeado por el típico faldón metálico propio de los OVNIs que nadie sabe para qué lo ponen, pero que sirve para identificarlos de forma clara. Tal vez por era por eso—. Hay un jodido OVNI en mi sopa. ¿Lo ve?
—Lo veo, señor.
—¿Y va a hacer algo al respecto?
Liko fue a contestar, pero se detuvo al verse reflejado en el mojado casco de aquella nave alienígena en miniatura que disfrutaba de su baño en la sopa de aquel señor con barba. ¿Podría haber llegado su supervisor tan lejos como para enviar a una especie alienígena minúscula a ver qué hacía en una situación como aquella? ¿Sería que su madre había cagado por fin aquel Universo del que tanto decía tener dentro de ella y de él habían nacido aquellos seres que de alguna forma eran sus hermanos y de alguna forma habían ido a espiarle en su primer día de trabajo? ¿Tenía sentido seguir hablando de alienígenas en una era en la que el viaje interplanetario era la cosa más normal del mundo? ¿Quién iba a un restaurante de lujo galáctico y se pedía una sopa? ¿Qué sentido tenía…?
—¿VA A HACER ALGO AL RESPECTO? —repitió el señor, insistente.
—Un… Un momento, por favor —consiguió balbucear Liko.
Por primera vez no sabía qué hacer. Era cierto, había un OVNI en la sopa de aquel señor. ¿Cuál era el protocolo para eso? Si se llevaba la sopa de vuelta a la cocina, la tirarían por el desagüe, lo que mataría a los tripulantes de aquella nave, pudiendo crear un pequeño (pequeño por tamaño, no por importancia) conflicto interplanetario en el que él sería el único culpable. Si hacía como si nada y dejaba la sopa en la mesa, el señor pediría la nave de reclamaciones. Si seguía dudando demasiado tiempo, su supervisor lo vería a través de sus cámaras y le jodería la noche. En cualquiera de los tres casos el resultado era el mismo: estaría despedido.
En un acto instintivo de quien tiene una, Liko decidió llamar a su madre.
—Mamá.
—¡Pero si es mi hombrecito de negocios favorito! ¿Qué tal va la primera noche en la oficina?
Liko ignoró los ataques irónicos de su, ante todo, querida madre.
—¿Qué tal estás yendo al baño?
Aunque lo hizo a unos cuantos planetas de distancia, Liko vio a su madre abrir los ojos como platos, coger aire e inflar el pecho ante tal pregunta.
—Hijo mío, ¿no te han enseñado modales en la academia de arte dramático?
—No, mamá. Nunca he ido a ninguna academia de arte dramático, mamá.
—Bueno, si lo necesitas saber para pasar consulta en el hospital… Hace tiempo que no voy al baño, ya sabes, hijo, a hacer eso.
Liko respiró aliviado.
—Gracias, mamá. Era lo que necesitaba saber.
—De nada, querido. Suerte en tu primer día de trabajo. Recuerda que mamá está orgullosa de su pequeño ingeniero.
—Sí, mamá.
Colgó el teléfono. Al menos sabía que aquel OVNI no había salido de su madre como él lo había hecho treinta y tantos años atrás. Decidió que tenía que llamar él a su supervisor antes de que lo llamase él, así mostraría iniciativa. Seguro que incluso le terminaría agradeciendo haberlo llamado para atajar el problema. A veces había que enfrentarse a las cosas con valentía, sin miedo a las consecuencias.
—¡Ya vas a joderme la noche! —contestó su supervisor nada más descolgar el teléfono.
—No, no… Señor, ha surgido una cosilla.
—¿Una losilla?
—Sí, bueno, mire, hay un cliente que resulta…
—Que loja la nave de relamaciones. —Era difícil no reírse al escucharlo.
—¿Señor?
—Para eso la tenemos, ¿no? Para le vayan a lejarse al gran jefe y a mí no me jodan la noche. Por cierto, ¿lómo has lonseguido mi número de teléfono?
—Me lo dio usted, señor. Por lo que pudiese pasar.
A través de su móvil de postúltima generación (la última generación ya no era lo mejor que se podía llevar encima, ahora se podía ir un paso más allá y llevar lo que aún no había salido al mercado) escuchó a su jefe rascarse la cabeza.
—Vale, vamos a hacer una losa. En una eslala de losilla-problema urgente, llámame solo si se abre un agujero negro en medio del lolal y se lome a todo el personal de locina.
—Pero…
—Te has decidido a joderme la noche, ¿eh?
—No, señor.
—Así me gusta.
Y colgó.
Menudo imbécil sin censuras ingeniosas, pensó Liko sobre su supervisor. Estaba en un rincón entre la cocina y el salón, había estado esquivando a sus compañeros mientras entraban y salían durante sus llamadas. La cocina estaba en una pared del restaurante, entre la parte de abajo y la de arriba. Se asomó para comprobar que el señor seguía observando atónito el OVNI que había en su sopa. Bien, aquel pequeño desconcierto le daría un par de minutos para actuar antes de que el señor saliese de su estado de asombro y empezase a gritar.
Tenía que pensar con la cabeza, como se suele hacer si tienes ahí el cerebro instalado de fábrica. ¿Qué razón lógica tendría un OVNI para bañarse en una sopa? Él mismo le había servido esa sopa, momentos atrás del desastre. Por el olor no debía ser una sopa muy sofisticada, como mucho sería un caldo insípido de sobre que vendían a un precio diez veces más alto del que lo habían comprado en algún supermercado espacial. La media cocina es una lotería; tiene platos cocinados por veinte manos diferentes y platos precocinados pasados por un calentador de átomos de alta potencia.
Lo del OVNI en la sopa, céntrate, se dijo Liko a sí mismo. Sus figuras de poder lo habían abandonado; ni su madre ni su supervisor habían sido de ayuda. Estaba solo ante la adversidad. ¿Por qué tenía que estar solo? Todo el mundo está solo, de una manera u otra, pero solo en un plano filosófico. En la vida real, en la tangible y estrujable realidad en la que vivía, siempre había alguien para echarte un cable. Y si no lo había, pues alguien habría para quejarte.
—Oh. Oh, no. No, no, no. No. De ninguna manera. —Se dio cuenta de su única posibilidad.
Ya era tarde para arrepentirse. Pronunció aquellos dos oh y aquellos cinco no y sin saber cómo había llegado hasta allí se vio arrancando la nave de reclamaciones, rumbo a la casa de su hasta dentro unos momentos tranquilo jefe. ¡Mierda! Iba a darle la razón a su madre, iba a joderle la noche a su supervisor, lo iban a despedir y el jodido OVNI iba a quedarse arrugado en la seguramente ya fría sopa del demonio. Además, cosa que empezaba a molestarle un poco, no sabía por qué había decidido aquella pequeña nave estar allí. ¿No podía simplemente despegar e irse de vuelta al minúsculo planeta del que viniese? A lo mejor les había entrado agua a sus pequeños motores. A lo mejor su interior se había inundado, ahogando así a sus tripulantes en una sopa mediocre que se vendía al por mayor en algún mal iluminado supermercado espacial.
La nave tenía la dirección de su jefe puesta en el piloto automático, por lo que tras arrancar no tardo más de veinte minutos en aterrizar al lado de una humilde casita en medio del campo en algún planeta cercano. La gente con dinero no solía ver a sus vecinos, pues lo más seguro es que medio continente le perteneciese a él, si no le pertenecía el planeta entero. Liko tenía que conformarse con el piso de su madre, en un planeta atestado de gente en el que podías tener por seguro que ibas a encontrarte a tu vecino y a los otros miles de millones más.
Llamó al timbre con el dedo tembloroso. A los pocos segundos lo recibió una señora mayor en bata.
—¿Y tú eras?
—Hola… Vengo buscando a mi jefe. —Se señaló el logo del Sin Gravedad, bordado con sumo cuidado en su uniforme.
Ella lo analizó de arriba a abajo.
—Soy yo.
—¿En serio?
—Ya estamos —resopló ella—. Como voy en bata, no puedo ser una empresaria multimillonaria con más de un millón de restaurantes en toda la parte oeste del Universo.
—Cla-claro que puede, señora.
—Así me gusta. —De repente le cambió el semblante—. Ahora, dime, chaval, ¿por qué has venido hasta mi casa en una de esas dichosas naves de reclamaciones? ¿No pagamos en todos los restaurantes a algún neptuniano para que supervise que nada sale mal?
—Sí, pero el mío es imbécil —no pudo reprimir Liko su reclamación personal a la empresa.
Su jefa soltó una carcajada.
—Como todos los neptunianos, chaval. Por eso los contratamos.
Liko se encogió de hombros.
—Pues tiene sentido —admitió él—. La cosa es: hay un OVNI en la sopa de uno de mis clientes.
—¡La leche! ¿Y qué pasa?
—No sé cómo actuar ante esa situación.
—¿Te has leído el menú del restaurante?
—Es que es mi primer día, no he tenido tiempo todavía de memorizarlo.
Se sacó de uno de los bolsillos de su bata una copia redoblada y desgastada del menú, que Liko se preguntó cuanto tiempo llevaba aquella copia esperando en aquel bolsillo a ser sacada en una discusión como aquella.
—La sopa de OVNI —dijo señalando el plato, que, efectivamente, se llamaba Sopa de OVNI—, es una sopa de sobre que compramos al por mayor y un OVNI…
—¡Lo sabía! —le interrumpió Liko—. Perdona, continúa.
—Pues eso. No hay que ser un lince para ver que debajo de cada plato vienen especificados los ingredientes, ya sabes, en el Universo hay gente alérgica a cualquier cosa. —Seguía sujetando aquel menú—. Aquí lo pone bien claro: caldo y OVNI. Incluso hay un pequeño dibujo ilustrativo al lado, para los que no sepan leer o les dé pereza. Es que no tiene más.
—Ha sido un malentendido entonces, iré a decirle amablemente que revise el menú.
Su jefa no se daría por vencida tan fácilmente.
—Esos OVNIS en miniatura crecen en libertad, ¿sabes, chaval? Son OVNIS que merecen un mínimo de respeto. ¿Sabías que la sopa se sirve caliente para que achicharre a los tripulantes de la pequeña nave? En el tiempo que se enfría, los cuerpos se disuelven en el caldo; eso es lo que le da un sabor especial. Si no sería solo eso: sopa de sobre.
—Entiendo, señora. Se lo haré saber a nuestro cliente.
Fue a darse la vuelta, pero ella lo agarró del brazo.
—La gente de hoy en día se cree que por ser el que paga, lleva razón. ¿Quién pide algo sin saber lo que lleva? Vamos a darle su merecido a ese desgraciado.
Se reajustó la bata, cerró la puerta de un portazo y arrastró a Liko de vuelta a la nave de reclamaciones. Aquella señora estaba más enfadada y daba más miedo que su supervisor, su madre y una explosión cósmica juntos. El viaje de vuelta Liko decidió no decir ni una palabra y dejar que las cosas se solucionasen solas. Lo había aprendido por las malas en más de una ocasión. Le encantaba ser camarero, pero sabía que aquel puesto era el último en la jerarquía de puestos en cualquier sitio. Su opinión valía menos que el plato más barato del menú.
Aterrizaron de nuevo en el restaurante, que desde fuera parecía no haberse enterado del incidente que sucedía en su interior. Cuando su jefa entró en el local, acompañada de Liko, que la seguía por detrás medio agachado para no ser visto, se hizo el silencio. Todo el Universo oeste conocía a Mucha Kara, la mujer a la que se le ocurrió la idea del sencillo mecanismo anti-pro-gravitatorio que hacía de los restaurantes Sin Gravedad únicos.
Mucha se giró hacia el ahora minúsculo Liko que estaba a su lado y este le señaló al cliente en cuestión, que seguía en su mesa esperando una respuesta, con la sopa más fría que la Nebulosa Boomerang. Cuando vio llegar a la señora ataviada con su bata y un ejemplar maltrecho del menú alzó el puño para volver a quejarse.
—¡Hay un OVNI en mi sopa! ¿Va a hacer algo al respecto?
Liko observó desde una prudente distancia de dos metros a su jefa explotar de furia ante aquel indignado hombre.
—¿Se ha leído usted el menú, en el que pone expresamente que la sopa OVNI, lleva, nada más y nada menos, que sopa y un OVNI? ¿Tiene usted algún problema que no le permite procesar tan sencilla información? Mi perro sabe leer el prospecto de sus pastillas para la diarrea mejor que usted un simple menú. ¿No le enseñaron en su casa a no ser un completo cretino?
El señor, que hasta ahora tenía los colores que suele tener una persona normal en el espectro visible, se había quedado totalmente blanco, ropa incluida. Intentó articular alguna respuesta, pero estas cayeron de su boca y se ahogaron en la sopa que tenía justo debajo.
—Me lo temía. —La jefa de Miko pasó de un estado amenazante a una simple y llana decepción—. Ni siquiera es capaz de plantarle cara a una señora en bata.
Dobló con cuidado su preciado menú y se lo guardó de nuevo en el bolsillo. Suspiró.
—Chaval, acompaña a este señor a la puerta. No hace falta que pague por su sopa.
Liko ayudó al hombre a levantarse, lo que le hizo recuperar un poco sus colores de persona normal. Eso también contribuyó a que su cerebro recuperase el riego sanguíneo, permitiéndole hablar, aunque fuese a duras penas.
—Yo… Lo siento.
—No se preocupe —le contestó Liko.
Pero aquella disculpa volvió a encender a la recién apagada Mucha, que volvió a la carga.
—¿Qué ha dicho?
—Se ha disculpado, señora, déjelo ya, no merece…
—Eso no ha sido una disculpa —sentenció ella.
El señor, que gracias a que Liko lo había movido del sitio, ya se había recuperado del todo. Se zafó de las manos del camarero y se lanzó hacia Mucha, con el dedo alzado.
—¡Siento que no me haya oído bien! ¡Hay un OVNI en mi sopa! ¿Va a hacer algo al respecto?
—Bien. Voy a hacer algo al respecto.
Sacó un mando a distancia del mismo bolsillo que había sacado el menú antes. Pulsó un botón, lo que hizo que puertas y ventanas se cerraran de golpe. Pulsó otro botón, más grande que el anterior y de las paredes salieron grifos, unos orientados hacia arriba y otros hacia abajo.
—Usted se lo ha buscado.
Pulsó el botón más grande del mando a distancia, lo que hizo que de los grifos saliese sopa. Había litros de caldo anaranjado cayendo hacia arriba y hacia abajo por aquellos grifos gigantes. Liko observaba desde su posición cómo el hombre y su jefa mantenían la mirada puesta en la del otro sin mover ni un músculo. La sopa ya les llegaba por las rodillas.
Ninguno hizo nada ni dijo nada hasta que el ardiente caldo les llegaba por el cuello.
—¿Va a disculparse de forma sincera por ser un cretino?
—¡Hay un OVNI en mi sopa! ¿Va a hacer algo al respecto?
—Por favor, ¡parad los dos de hacer el tonto! —suplicó Liko.
La sopa los cubrió a todos por arriba y por abajo. No quedaba un rincón en el restaurante que no hubiese sido inundado por la sopa. Mucha sacó otro mando de su bolsillo, esta vez uno más pequeño, que pulsó repetidas veces.
Justo antes de que perdiesen el conocimiento por falta de oxígeno, la nave de reclamaciones atravesó la pared derecha del restaurante y atravesó al señor por la altura de la tripa. Su sangre, entremezclada con la sopa, se empezó a filtrar por el agujero de la pared. Todos pudieron volver a respirar tranquilos, todos menos aquel señor, que en su último aliento pudo volver a decir:
—¡Hay un OVNI GIGANTE en mi sopa! ¿Va a hacer algo al respecto?
La jefa de Liko le acarició el rostro, impasible.
—Coja usted la nave de reclamaciones, a mí que me cuenta.
Y se largó por la misma puerta que había venido.
En menos de cinco minutos el local estaba limpio, seco, ausente de olor a sopa de sobre y con su personal funcionando como si no hubiese pasado nada. La nave de reclamaciones había sido aparcada de nuevo en la parte de atrás, con su pequeño adorno todavía incrustado en el morro.
Liko se movía con la misma elegancia de siempre, sudando y sonriendo. Aguantó toda la jornada sin quejarse o mencionar el incidente que no paraba de repetirse en bucle en algún rincón de su cerebro. Tras aquella sonrisa se ocultaban gritos de terror ahogados en sopa de sobre. No había OVNIS en aquella sopa.
Al final de la noche, mientras se cambiaba para irse a casa, apareció su supervisor.
—¡Lilo, muchacho! Enhorabuena, no me has jodido la noche. Por ahora. Ya veremos mañana.
—Sí, señor —contestó Liko como si tuviese aquella respuesta configurada como automática en su mente.
Se fue a casa, cansado después de un duro primer día de trabajo. Cuando llegó, se encontró a su madre esperándolo.
—¡Hijo mío, querido! Has vuelto de la guerra.
—Dimito, mamá. No volveré a ser camarero.
—¿Cómo?
—Mañana empiezo la universidad. Lo que sea, me da igual. Apúntame a lo que quieras.
Su madre sonrió.
—Genial, querido. ¿Quieres cenar algo? Ha sobrado cena.
—¿Qué hay?
—Sopa de OVNI, querido.
De repente recordó al hombre empalado en la nave de reclamaciones, recordó el ceño arrugado de su jefa, recordó el acento de su supervisor llamándolo Lilo y recordó aquellas palabras. ¡Hay un OVNI en mi sopa! ¿Va a hacer algo al respecto?
Vomitó en medio del salón.
(18/03/2022)
Que relato más chulo de verdad es que me encanta leerlo, y me imagino la situación y me parece súper graciosa.
Sigue escribiendo y compartiéndolo porque lo haces genial💜
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Gracias 🧡🧡🧡
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