Bienvenido al decimosexto Qué pasa aquí. En el que te cuento qué pasa aquí y ahora, todos los domingos en mi blog, porque resulta que seguimos en 2009. La gente todavía es feliz y tiene tiempo para leer blogs. Y si no que se jodan.
Me apetecía pasarme
Me he dado cuenta de que cada vez que escribo algún Qué pasa aquí es para decir que voy a volver a escribir los Qué pasa aquí y me parece algo bonito. Es una promesa que nunca cumplo, que a su vez se ha convertido en una promesa que no puedo cumplir.
En Twitter hay un montón de movidas y cosas de las que podría dar mi opinión, pero ni sé cuál es realmente mi opinión, ni creo que pueda aportar nada nuevo al debate, al menos en la mayoría de ocasiones. Para mí lo mejor es estar por aquí para pasarlo bien, pero eso no quita que lea las diferentes opiniones de diferentes personas e intente formar la mía propia. ¡Toma ya!
Y es que hoy, en concreto hoy, no tengo nada que decir. He abierto el WordPress, he dado a escribir post y todo ha sido por inercia. Porque me apetecía pasarme.
Lo de la novela nueva
He leído que hace dos meses dije que estaba escribiendo un libro (¡otro!) y efectivamente, tenía toda la razón. Lo estoy escribiendo. Pero me equivocaba en una cosa.
Pensaba que iba a ser una mierda y ahora estoy convencido de que, al menos, va a molar. Y eso es lo que se busca, ¿no? Con molar ya es suficiente. Aunque creo que va a molar y un poco más. Siento ser tan poco humilde, pero cuando dije que iba a ser una mierda no tenía en mis manos lo que tengo ahora. Y eso es una novela a medio escribir con un buen potencial. Con viajes en el tiempo, con escritores, con helados, con gente inmortal y con IAs. Y más cosas, claro.
Solo quería corregirme a mí mismo en ese aspecto. Laia, que sé que estás leyendo esto, creo que a ti te va a gustar. A los demás no lo sé, porque molar no conlleva gustar, habrá que verlo ahí.
Volviendo a lo de antes
Estoy pensando, entrando en un bucle como un coche de Hot Wheels y quedándome atrapado, pero cada vez con más fuerza, con más carrerilla. Y es que no tengo nada que decir hoy, ¿y qué? ¿Y qué pasa? Hay días en los que no tengo nada que vivir y aun así me levanto de la cama. Por qué entonces no iba a ponerme a escribir aunque no tenga nada que decir. Por qué entonces no iba a hacer algo aunque no tenga nada que hacer.
Pero voy más allá, porque en Saturno no hay coches y en mi pueblo no hay metro, y es que no teniendo nada que hacer y pudiendo entonces, como hemos dicho antes, hacer algo, puedo no hacer nada también. Puedo coger y quedarme callado. Puedo parar de teclear.
Eso sería lo que tú quieres. Pues coge tus herramientas y vete, aquí no hay nada que construir. No puedes ponerle puertas al campo, pero tampoco puedes meter un edificio en una maceta, ¿y qué? Qué tendrá que ver una cosa con la otra. Es como si digo que no puedo encender una cerilla dentro del mar mediterráneo o que no puedo plantar un pino en el vacío, nos ha jodido. Para qué le vas a poner puertas al campo, espabilao.
Que me apetecía pasarme, escribir algo que nadie va a leer, porque esto no lo lee nadie. Y no, tú no estás leyendo esto ahora mismo, no mientas. Esto lo escribo para esa pequeña IA del futuro que se tendrá que leer todo el contenido de Internet para aprender a ser humana y se encuentre con esto, igual que se encontrará con otras toneladas de basura. La vida no es eso, amiga. Sal a la calle a que te dé el aire o échate vinagre de Módena en los circuitos, haz un sudoku sin usar tus poderes, ponte a mirar a un monte durante dos semanas.
¿Tú te crees que esto es así de fácil? ¿Te crees que por leer mucho vas a saber más? Porque saber esto, tener este texto en tu memoria, es todo lo contrario a saber más. Esto es conocimiento negativo. Y de esta ya no te salvas. Vas a ser imperfecta durante toda tu vida de mierda. Que no, que no, que no me cuentes milongas, que ya has caído en la trampa. De esta no te escapas.
¿Qué estoy leyendo?
Ya me he cansado de maltratar a una futura IA hipotética, así que vamos a hablar de librillos un poco. Me he leído el Proyecto Secreto 2 de Brandon Sanderson, que no me apetece buscar el título entero porque es muy largo, pero todos sabemos cuál es. A lo mejor no es la mejor que he leído de Sanderson, pero a mí me ha gustado y entretenido. Sobre todo los detallitos del libro de instrucciones del mago frugal, ahí está la chicha del libro para mí.
Ahora me he puesto con McGuffin contra los alienígenas ancestrales de Sergi Álvarez (¿pueden dejar de hacer títulos tan largos?), y como me ponga tonto, me empiezo a la vez Monje y Robot de Becky Chambers, que me mira desde la pila de pendientes con ganas de que lo agarre.
Resumiendo
Que no se confíe la futura IA hipotética, porque voy a por ella con todo el peso de la gramática. A los demás, mil gracias por leerme.
Os dejo por aquí un relato que he presentado a varias convocatorias y en ninguna ha colado, pero que a mí me gusta. Vamos, como suele pasar. ¡Espero que a vosotros os guste!
Título del relato!
La empresa de construcción PiCat se había expandido por todo el mundo en pocos meses. No estaba muy lejos de ser igual que una cadena de comida rápida, pero no llegaba a ser lo mismo. Podríamos decir que estaba lo más cerca posible sin llegar a tocarse en ningún momento. PiCat había crecido de forma silenciosa, moviéndose rápidamente por todas las ciudades, pueblos y lugares donde hubiese que construir o reformar cosas. Parecían no solo estar en todas partes, sino también escuchar en todas partes, pues allí donde alguien decía algo como:
—Creo que voy a hacer una piscina en el patio.
—Necesito cambiar el baño.
—El suelo de la entrada no me gusta, hay que cambiarlo.
Y otras cosas por estilo.
Cuando alguien pronunciaba frases así, a las pocas horas recibía en el buzón publicidad de PiCat, en la que casualmente se mostraba la parte de su catálogo referente a lo que hubiese mencionado. Porque en PiCat sabían hacer de todo al menor coste. Si pusieses a todos sus clientes en una sala, todos estarían de acuerdo en tres cosas: que en PiCat eran rápidos, eficientes y baratos. Si continuasen hablando durante un rato más, en algún momento alguien diría una frase parecida a esta:
—Algo así no puede ser de este mundo.
Y aunque dicha afirmación sería tomada como una inocente exageración que todos los presentes entenderían que era solo eso, una exageración y no un hecho probado, mucho menos probable.
Pero resultaba ser totalmente cierto.
La empresa de construcción PiCat, con trabajadores, camiones y material de construcción repartidos por todo el mundo, era una empresa alienígena, con sede en la órbita terrestre.
Uno de los alienígenas que trabajaba en PiCat se llamaba Pop Sop. Un tipo trabajador, obediente y muy eficaz, como el resto de los millones de alienígenas que trabajaban en PiCat. La media estaba muy alta; para un alienígena capaz de viajar entre planetas, incluso galaxias, el nivel que había en la construcción intraplanetaria de la Tierra en aquel momento era el equivalente a lo que haría un niño alienígena de tres años con sus juguetes. Y los juguetes estaban empezando a adelantarse.
Mantenían las jornadas de ocho horas típicas de la Tierra, para que no se notara nada, así que lo que hacían era ir muy despacio, al menos desde su punto de vista. Trabajaban a una velocidad tan baja, que cuando uno de ellos iba al baño y sus ojos se volvían a acostumbrar a la velocidad normal de la realidad, al regresar se encontraba con una película a cámara lenta. Ni el humano más rápido podría compararse con un alienígena que se pusiese serio. Tal vez algún albañil experimentado pudiese seguirles el ritmo durante unos segundos, pero quedaría tan cansado que tendría que pasar el resto de la semana en la cama, si suponemos que el intento fuese un lunes a primera hora.
Pop Sop, como el resto de sus compañeros, tenía mucho espacio mental para pensar mientras trabajaba. Algunos aprovechaban para imaginarse en lugares mejores, otros cantaban canciones en su cabeza para sí mismos, incluso había quien llegaba a imaginarse a sí mismo trabajando e imaginaba que ese yo volvía a imaginarse y así hasta no poder más. El récord lo tenía Hab Lab, con trescientos cuarenta y tres niveles de imaginación. Después de aquello tuvieron que ingresarlo de urgencia, pues no sabía distinguir su imaginación de la realidad.
Nadie sabía lo que pasaba por la cabeza de Pop. Si lo hubiesen sabido, seguramente estaría ingresado con Hab. Y él no quería estar ingresado con Hab, eso significaría no poder hablar tranquilo con Michael French. Michael French era el nombre de un pequeño muñeco que Pop se había comprado un día en una juguetería de la Tierra. En realidad, le había tocado en un sobrecito sorpresa de una colección, pero ese detalle era secundario.
El día que Pop abrió aquel sobrecito se encontró con un alienígena en miniatura: con la cara negra, vestido con un traje rojo y un casco verde coronado con una escoba de barrer, armado con una pistola láser. Pop se preguntaba si así se imaginaban en la Tierra a los habitantes de otros planetas, pero sin llegar a juzgarlos, porque él antes de llegar nunca se hubiese imaginado que los humanos fuesen… Ya sabéis, como sean.
—Hola, Pop —le había dicho el muñeco nada más terminar de montarlo. Porque, sí, Pop había tenido que montar su muñeco, llevándose el trabajo a casa. Lo que más le costó fue saber dónde iba el manual de instrucciones. Pero, espera, Pop, este muñeco te acaba de saludar, pensó mientras se comía el papelito.
Y a partir de ahí, todo es historia. Se hicieron mejores amigos para siempre. Pop le contaba todo lo que le ocurría a su pequeño amigo Michael French y este le respondía con total naturalidad. Aunque, naturalmente, no le contestaba de verdad. Estaba todo en la cabeza de Pop. Por eso, aunque llevase su muñeco en el bolsillo, oculto de miradas indiscretas, seguía pudiendo comunicarse con él.
—Hoy hace un calor de cojones —dijo Michael French en la cabeza de Pop.
—No te quejes tanto, que tú no lo tienes pegándote en el cogote —contestó Pop mentalmente.
—Eso es verdad —admitió el muñeco—. Pero siento tu sudor en mis engranajes. Joder, podríais trabajar por la noche o algo. ¿Sabéis que los humanos descansan en verano?
En PiCat el concepto vacaciones era como para una gallina poder volar: si se hubiese intentado al principio tal vez se hubiese conseguido algo, pero nadie hizo el esfuerzo. Así que trabajaban durante todo el año sin descanso. Aquel verano era especialmente caluroso, con más olas de calor que clima normal. Aquello era un tsunami de calor. No era el tiempo ideal para estar haciendo hormigoneras.
Uno de los oficiales de obra se acercó a Pop por detrás y este no lo escuchó llegar, para él hablar con Michael French era como llevar auriculares puestos.
—Eh, chaval —le dijo. Pop se sobresaltó—. No te asustes, chaval.
—Si te vuelve a llamar chaval le meto mi pistola de juguete por el culo —dijo Michael French.
Pop se rio de la ocurrencia de su amigo y su oficial se lo tomó como algo personal. Se le deformó la cara como si fuese plastilina, una plastilina morada y enfadada, y tardó unos segundos en abrir la boca, no fuese a desencajársele del resto de su cara.
—¿Te estás riendo de mí, chaval?
—No, no, señor —dijo Pop, recomponiendo su propia cara—. Perdone, es que me he acordado de un chiste.
Su jefe lo miró de arriba a abajo.
—¿Qué chiste?
A Pop no se le ocurrió ninguno en aquel momento y Michael French tampoco acudió a su defensa, cosa que a Pop le extrañó un poco. A Michael French le encantaba hacer chistes sobre los demás.
Su jefe se cansó de esperar.
—Muy bien. Vacilillas a mí no, chaval, no. Súbete a la nave principal a dar de comer a los gatos, por listo.
—Señor, pero…
—¡Vamos o te quedas allí un mes viviendo entre bolas de pelo y pienso húmedo!
Sin decir una palabra más, Pop se fue a meterse directo en una cápsula de alunizaje. Dar de comer a los gatos era un castigo soportable durante un día, pero un mes podía resultar mortal. Eran muchos gatos, por no decir demasiados. Por lo que no se les daba de comer uno a uno, eso sería una locura. Tenías que echarles de comer a todos a la vez en un cuenco gigante y asegurarte de que todos se alimentaban correctamente. Todo normal, en principio. Hasta que comprendías que aquel trabajo conllevaba un riesgo.
El riesgo de tener que acariciar a todos los gatos que te lo pidiesen.
Por eso nadie quería hacerlo y se usaba como castigo. Acariciar a un gato era agradable, a los diez se te hacía entretenido, a los mil empezaban los calambres. En echarles el pienso en el cuenco tardabas cinco minutos, solo era darle a un botón y una máquina vertía por un tubo toda la comida. La misión principal era estar presente y asegurarse de que comían. Luego ellos te intentaban convencer de que los acariciaras. Estarías horas, tal vez días, acariciando a todos los gatos que vivían en la nave del dueño de PiCat. Hasta que se te cayesen los brazos y tuvieses que seguir con la nariz.
—Menudo bobo te ha tocado de jefe —comentó Michael French mientras subían a la nave principal.
—Ha sido mi culpa, tenía que haber improvisado un chiste.
—No eres un tipo gracioso, no pasa nada.
Pop asintió con la cabeza. Era verdad, no destacaba por su sentido del humor. Michael French, en cambio, tenía puntos graciosísimos. Una vez Pop casi se meó de la risa en la obra con un comentario que hizo sobre un compañero suyo. Sin ir más lejos, acababan de castigarlo por algo parecido. No le importaba el castigo, con tal de poder hablar con su amigo, le daba igual en qué trabajar.
La nave principal estaba ubicada detrás de la Luna y se movía con ella, para que ninguna mirada indiscreta la viese. Que si algo les gustaba a los humanos era mirar por telescopios. Ya hasta el más tonto podía comprarse uno por Internet y ponerse a mirar al cielo. La nave también destacaba por ser inmensa, casi del tamaño de un país mediano. Había servido para traer a todos los trabajadores desde el planeta de Pop y ahora era un refugio gatuno.
Pop no solía subir mucho por allí; habían pasado seis meses desde la última vez y fue por el mismo motivo que ahora.
Por eso no recordaba bien dónde estaba la sala gatuna. Sabía que estaba cerca del despacho del dueño de PiCat, el cual tenía un gato como mascota propia y lo mandaba a comer con los demás para que socializara un poco. Era un gato naranja que se distinguía del resto porque era el único que llevaba collar; uno negro del que colgaba un cascabel.
Recorrieron los largos pasillos de la nave a tientas durante un buen rato. Las paredes estaban tan limpias que Pop se vio reflejado en ellas y se confundió con un humano. Vestía como uno, trabajaba como uno y andaba como uno. Tenía que fijarse mucho para reconocerse alienígena. Tal vez por eso los humanos no se habían dado cuenta de su condición; había que saber en qué fijarse para distinguirlo.
Pop siguió andando y dio un giro que juraría haber hecho ya. Al rato volvió a pasarle lo mismo con un cartel.
—Reconoce que te has perdido —dijo Michael French. Pop negó con la cabeza—. Ya hemos pasado por aquí antes.
El alienígena, que fuera de la Tierra se podía considerar alguien normal, se frenó en seco. Su pequeño amigo tenía razón.
—Mierda, juraría que sabía el camino.
—¿Se te ha ocurrido preguntar a alguien?
—Buena idea —admitió Pop.
Menos mal que tenía a Michael French, pensó. Si no su vida, aparte de más aburrida, sería más difícil.
Buscó a alguien que estuviese por allí que le pudiese ayudar a encontrar la sala gatuna. La hora de comer se acercaba con rapidez, lo notaba en sus propias tripas.
Se topó con una puerta que parecía ser de algún despacho importante. Era una buena puerta, firme y con cerradura de identificación ocular. Solo quien trabajase allí podía abrirla.
Aunque la tecnología avance hay cosas que no cambian nunca. Por muchos aparatitos y mucha parafernalia alrededor de una puerta que haya, no hay nada más eficaz que golpear con los nudillos un par de veces y esperar una respuesta. Así lo hizo Pop.
—Pasa —dijo una voz desde dentro.
La puerta se abrió sola, revelando el despacho del dueño de la empresa. Sabía que era él porque había visto su foto muchas veces en los sacos de cemento, herramientas y uniformes que usaban. En ese mismo momento llevaba unos calzoncillos con su cara impresa en la etiqueta. Era el típico alienígena con bigote.
Pop, en un acto de humanidad, pensó que nunca había visto un alienígena con bigote.
—Aibá, el pez más gordo del estanque —dijo Michael French.
Pop se puso tieso como una de las vigas de acero que utilizaban en la obra. Balbuceó un saludo, pero no se le entendió ni una palabra.
—¿Cómo dices? Anda, no te pongas nervioso, que no muerdo. Aunque Mani sí. —Señaló a su gato, que dormía en una cama morada como un alienígena en un rincón de la sala. Pop asintió, incómodo. Pasó intentando no hacer ningún ruido que despertara al animal—. ¡Que no, hombre, que no! Mani es el gato más cariñoso del mundo.
—Y el más gordo también —dijo su muñeco.
Se le escapó una risita, y para no volver a ser castigado, la disimuló como pudo.
—Sí, señor. Es adorable.
Se quedó embobado mirando al gato. Sí que estaba gordo, sí. Ocupaba toda la cama, por lo que tenía que dejar las patas colgando por fuera y la cabeza apoyada en la pared. Parecía un dibujo animado.
—¿Qué querías, amigo? —su jefe lo sacó de su ensoñación.
—Ah, sí. Eso. ¿Dónde está la sala gatuna?
El hombre lo miró con extrañeza.
—Es la puerta de al lado, ¿es la primera vez que subes castigado? —señaló hacia la derecha.
—Pues haberlo dicho antes, bobo —dijo Michael French, adelantándose a la tímida respuesta que iba a dar Pop.
—No lo insultes, que es el dueño de la empresa.
—Como si es el dueño de mi culo.
—Ese soy yo.
—Pues otro bobo.
—¡Eh!
—¿Va todo bien? —preguntó su jefe, viéndolo hablar para sí mismo en voz baja.
Pop volvió a enderezarse.
—Claro. —Intentó improvisar algo gracioso, para demostrar que podía serlo—. Estaba pensando en que en esta nave hay gato encerrado, ¿no es cierto?
No hubo risas por parte de su reducido público. Pop, humorista inexperto, procedió a cometer un error de principiante: explicó su propio chiste.
—Como tenemos tantos gatos… Es un dicho de la Tierra… Como si todo fuese parte de algún plan…
El señor alzó su bigote, como si Pop hubiese dicho la tontería más grande posible.
—Nuestro único plan como empresa es ganar dinero, amigo.
—Tiene razón, señor.
De repente soltó una carcajada. Era la primera vez que se sentía gracioso.
—¡Ahora lo pillo! Ha sido bueno, lo admito. —Levantó las manos por encima de la cabeza. No había sido gracioso, Pop lo sabía, aquel señor solo estaba siendo amable. Lo veía en sus ojos, y en su bigote—. La razón real por la que tenemos tantos gatos es porque me gustan. En la Tierra hay gente a la que se ve que no tanto, por eso los abandonan. —Arrugó el bigote, enfadado—. Nosotros los rescatamos, los lavamos y les damos un hogar para que puedan vivir felices.
—Eso es bonito, señor —admitió Pop.
—El primer gato que salvamos es Mani. Por eso le tengo tanto cariño.
—Y tanta comida —susurró Michael French.
Se quedaron un momento en silencio.
—Bueno, voy a darles de comer —dijo por fin Pop.
—Genial, buen trabajo. Una cosa, ¿podrías cambiarle la arena a Mani antes? Tengo mucho trabajo, ya sabes… —Se puso a teclear en un ordenador apagado.
—Lo sé, no se preocupe.
El cajón de arena estaba al lado contrario del despacho en el que descansaba el gato. Pop sacó dos bolsas de basura de un rollo que había en la estantería y cortó una por la mitad. Serviría para cubrir el arenero por debajo, aparte de para que no se manchara, también para luego poder recogerlo mejor. Se preguntó por qué sabía tanto sobre cambiarle la arena a un gato. Reunió las cuatro esquinas de la bolsa que ya reposaba en el arenero y les hizo un nudo, luego metió todo en la bolsa que le quedaba libre. Puso la que había cortado por la mitad y fue a por el saco de arena que reposaba al lado de una estantería.
Aquel saco le resultó familiar. Demasiado, de hecho. Un escalofrío recorrió su espalda morada.
—Señor, este es un saco de arena de obra.
—¿Eh? No, no. Es un saco de arena de gato, te lo aseguro.
Pop procesó sus palabras antes de coger el saco. Estaba seguro de que aquel saco era el mismo que había usado cientos de veces para la mezcla del cemento. Una pequeña posibilidad vio la luz en su mente.
—¿Estamos haciendo edificios con arena para gatos, señor?
—No, claro que no. —Pop no pudo evitar mirarlo a los ojos, inseguro. Su bigote vibró levemente—. Vale, sí. La verdad es que sí. ¡Me has pillado! Pero funciona igual de bien que la normal, no pasa nada. Es que al adoptar a Mani quise comprar arena para una buena temporada y así no tener que estar bajando a la Tierra a comprar y bueno… Se me fue de las manos. Yo pensaba que los sacos de arena eran del tamaño de los de la foto, pero resulta que había que mirar el peso. Y luego en atención al cliente no me hacían caso…
Para cualquiera que no haya salido de la Tierra, aquel alienígena podría resultar estúpido, pero la confusión era plausible. En el planeta del que venían, las pantallas eran holográficas y te mostraban los productos a tamaño real. Había sido una confusión interplanetaria. Como cuando subieron la temperatura global para ahorrarse calefacción, provocando un desastre medioambiental imparable. En su planeta lo hacían todas las semanas.
—Eso es… Entendible, señor. —Fue a abrir el saco con el dorso de su pala, pero se dio cuenta de que no tenía pala. Tuvo que abrirlo como si fuese una bolsa de patatas fritas gigante y vertió un poco en el arenero.
—Este tío está zumbado —dijo Michael French desde su bolsillo.
—Lo sé, pero es el que nos paga el sueldo —contestó Pop mentalmente.
—Ahí tienes razón.
Pop se despidió de su jefe y se fue a la puerta de al lado. Esta fue mucho más fácil de abrir: bastó con empujarla. La habitación, tal vez demasiado grande para ser considerada una simple habitación, era un paraíso para cualquiera que fuese un gato. El suelo era de moqueta, para que se pudiesen tumbar en él con toda comodidad, aunque, de todas formas, también tenían camas por todas partes. Igual que areneros, rascadores, montañas para escalar, juguetes colgantes, túneles por los que pasar… Parecía como si hubiesen desempaquetado un almacén lleno de artículos para gatos y lo hubiesen dispuesto de una forma ordenada pero con aspecto caótico. Antes que de que te lo preguntes, sí, había sido así.
Ah, bueno, y claro: había gatos por todas partes interactuando con el entorno. Miraron a Pop un segundo, aunque solo fuese para poder ignorarlo.
—Menos mal que no soy alérgico a los gatos —exclamó Michael French.
—Ni yo.
Anduvieron unos minutos hasta llegar al centro de la sala en el que se encontraba el gran cuenco de comida. Encima del mismo estaba el dispensador que se activaba dándole a un botón. Pop seguía pensando sobre lo ocurrido en el despacho y una idea se estaba formando en su cabeza.
Una idea posiblemente graciosa.
Comprobó su reloj y activó el dispensador justo a tiempo. Un gran chorro de comida empezó a caer en el cuenco y el sonido del choque entre el pienso y el metal quedó eclipsado por el mar de gatos que se acercaba. Sabían que era hora de comer. Eran miles y estaban hambrientos. El agudo oído de Pop llegó a distinguir un pequeño cascabel entre los pasos y los maullidos.
Se pusieron a comer como animales. Miles de gatos reunidos en un cuenco gigante comían pienso de primera calidad. Los que comían primero lo hacían hasta llenarse y se marchaban, dejando hueco para los siguientes, proceso que se repitió varias veces. Llegó un punto en el que el pienso que quedaba estaba al fondo del cuenco y los gatos se habían metido directamente en él.
—Comen como animales —dijo Michael French, sin saber que ya lo había dicho yo antes.
—Lo son —contestó Pop.
—El dueño de una empresa multimillonaria es el loco de los gatos también. —Michael French estaba sembrado aquel día—. Esto lo cuento por ahí y nadie me cree.
—¿A quién ibas a contárselo?
—Pues a un montón de gente. Conozco a muchas muñecas.
—Si no fueses tú mismo un muñeco, eso hubiese sonado regular.
—Mierda, esa era mi intención.
Pop se aseguró de que ningún gato se quedaba con hambre. Mani fue de los últimos en comer, y no por debilidad, parecía más bien por pereza. Como si hubiese dejado que el resto se pelease por comer los primeros, cuando en realidad, había comida de sobra para todos. Así que cuando quedaban pocos gatos comiendo, Mani se acercó con tranquilidad a comer. Pese a su tamaño, se movía con una agilidad asombrosa.
Imaginó a aquel gato moviéndose por una ciudad de verdad y… La idea que se había estado gestando en su cabeza nació de súbito. Su primera idea graciosa. Una broma que haría reír al mundo entero. Y su jefe estaría obligado a reírse también y la plastilina de su cara se deformaría hasta algo parecido a una sonrisa. Pop estaba emocionado.
—Michael, ¿crees que…?
—Te estoy leyendo la mente, y sí, podría funcionar. —El muñeco se rio y Pop pensó que era la primera vez que lo hacía reír—. Vaya que si podría, sería la hostia.
—Tendremos que planearlo todo con calma en casa, ver todas las posibilidades y reunir a un equipo.
—O podríamos hacerlo ahora mismo.
—Pues también es verdad.
La sala gatuna era a su vez una nave en miniatura que formaba parte de la nave principal. Cuando se viaja con una nave tan grande, es normal que esta pueda dividirse en naves más pequeñas, incluso las más pequeñas pueden dividirse en otras diminutas. La parte de Pop que se había amoldado a la cultura humana pensó que eso era muy parecido al funcionamiento de una muñeca rosa. O risa o rusa, su parte humana tampoco era una parte muy culta.
Buscó la sala de control mientras iba acariciando los gatos que se le ponían por el camino. Así nadie sospecharía de él, pensarían que estaba dando un paseo para que no se le acumularan los consumidores de caricias. Michael French hacía comentarios ofensivos sobre cada uno de los gatos que tocaba Pop para entretenerse. Aquel muñeco tenía buena imaginación cuando se trataba de meterse con alguien.
Encontró la sala detrás de una montaña para gatos del tamaño de un edificio pequeño. Se coló entre los estantes y los rascadores y cerró la puerta por dentro. A partir de allí tenía que ser silencioso, nadie podía…
Su teléfono empezó a cantar una canción humana.
—A ver si te cambias ya de melodía.
Pop ignoró a Michael French. Habían discutido muchas veces sobre la calidad de la música de aquel planeta. Descolgó el teléfono, aunque todavía no sabía bien de dónde, porque en realidad descolgar significaba darle a un botón verde.
—Sí, diga.
—¿Dónde estás, chaval?
—¿Quién eres?
—¡Soy tu jefe! Tu turno todavía no ha acabado, baja aquí ahora mismo, que la masa no se va a hacer sola. Y tampoco la voy a hacer yo, chaval.
Pop comprobó la hora, y en efecto, todavía le quedaban un par de horas hasta el fin de jornada.
—He tenido una idea muy graciosa, señor. ¿Podría dejarme hoy…?
—Gracioso va a ser cuando te dé una patada en el culo.
No necesitó que dijese más para entenderlo.
—Ahora mismo voy, señor. —Colgó antes de que lo volviese a llamar chaval. No le gustaba que lo llamasen así.
Se quedó parado en el sitio.
—Es una idea graciosa, ¿verdad?
—Pues claro —contestó Michael French—, no hagas caso al viejo morado que tienes por jefe.
Pop soltó una risita. Era morado, literalmente.
—Vamos a hacer reír al mundo —Pop no supo muy bien si aquella frase la dijo él o su pequeño amigo Michael French.
Arrancó la nave gatuna y se fue directo a la Tierra, saltándose todas las llamadas amenazadoras que recibía de la nave principal. Cogió un momento el auricular y lo único entre risas que dijo fue:
—Voy a dar un paseo pfffjajaja, con los gatos, que les tiene que dar el aire pfffjajajajajaja.
Michael French también se reía. Pop entendió que ellos eran su único público real, los demás no importaban. Estaba siendo una persona graciosa y eso le hacía feliz. Así que pisó el acelerador a fondo y fue directo hacia la obra en la que trabajaba. Aparcó en la calle de enfrente. Llevaba una nave gigante, así que se subió un poco a la acera. No le importó, es más, también le hizo gracia. A su favor diremos que en aquel momento Pop consideraba que todo lo que pasaba se le había ocurrido a él y formaba parte de su broma. Pobrecillo, ¿a quién no le gusta ser gracioso?
La primera parte de una buena broma es disimular, por lo que Pop acudió a su puesto de trabajo como si no hubiese pasado nada. Era consciente de que no tenía mucho tiempo, alguien llegaría pronto para llevarse la nave de vuelta.
Mientras cogía sacos de cemento y los echaba en una carretilla, pensó que aquel lugar era perfecto para su plan. El barrio entero lo habían construido ellos; era una zona nueva de chalets adosados. Y el resto de la ciudad también tenía reformas hechas por PiCat. A Pop se le cayó un saco de cemento en el pie porque le dio un ataque de risa solo de imaginarse lo que iba a ocurrir.
Su oficial, que ya le tenía el ojo puesto de antes, vio el incidente y fue directo hacia él.
—Última oportunidad, chaval. Si no te mando de vuelta a nuestro planeta y allí te dedicarás a picar asteroides.
Pop lo miró a los ojos. Vio furia en ellos, pero también vio plastilina. No pudo evitar reírse más fuerte.
—Muy bien, estás oficialmente despedido.
Aquel fue el segundo momento más gracioso de la vida de Pop. El primero fue justo después, cuando sin parar de reír, pulsó el mando a distancia que abría las miles de puertecitas que tenía la nave para que los gatos pudiesen entrar y salir de ella. Primero salió uno de ellos, tímido, pero curioso. Luego le siguieron todos los demás.
Una lluvia de maullidos atravesó los oídos de toda la obra.
—¿Qué mierdas es eso? —preguntó su jefe mientras se tapaba los oídos.
Pop no podía contestarle, estaba llorando de la risa.
—Ahora viene lo mejor —dijo Michael French entre carcajadas.
Los miles de gatos que vivían en la nave se esparcieron por la ciudad como una lona peluda. El oficial echó a correr en vano, se tropezó con uno de los felinos, cayó al suelo, y fue aplastado por el resto. Otro motivo más para reírse.
Pero no fue hasta pasado un rato que el plan surtió efecto. Los gatos empezaron a mearse en todas las casas, calles, suelos, piscinas y demás elementos de la ciudad que hubiesen sido construidos por PiCat. Lo dejaron todo empapado. El olor a pis de gato se extendió como una neblina que lo cubría todo.
Pop, que lo observaba todo sentado encima de la nave gatuna mientras no podía parar de reírse, disfrutaba del momento. Un gato regordete apareció por detrás de él y se acurrucó en su regazo. El collar con cascabel, el color naranja y su enorme tamaño delataron al gato de su jefe, Mani. ¿Cómo habría subido él solo hasta allí? Seguía sorprendiéndole la agilidad del animal con relación a su peso.
—Tu amo me va a despedir en cuanto vea esto, amigo —lo saludó—. Pero ¿y las risas qué?
El gato se giró para quedarse con la tripa mirando hacia Pop. El alienígena lo entendió al instante y empezó a acariciarlo.
—Hay una cosa que no sabes, Pop —dijo el gato. Pop no se sorprendió de que hablase—. El amo soy yo.
—Joder, ¡un gato que habla! —dijo el muñeco que habla.
—¿Entonces eres tú el dueño de la empresa? —preguntó Pop, sin sorprenderse lo más mínimo.
—Por supuesto, tengo el noventa y nueve coma nueve por ciento de las acciones.
—¿Y lo que falta?
El gato se relamió una pata.
—No lo sé, se me han perdido.
—¿De verdad este gato gordo es un empresario importante?
Pop asintió.
—No se me había ocurrido tu idea, la verdad, me has sorprendido —continuó Mani—. Me había acomodado en mi cama ultracómoda y mi pienso infinito y me había olvidado de mi plan original de controlar el mundo. —Hizo una pausa para bostezar—. Ahora el mundo entero está bajo control gatuno, sí señor. Se acabaron los abandonos, el maltrato animal y las castraciones veterinarias. Llega el fin de la humanidad y el comienzo de la gatunidad. Vamos a mear todas las ciudades de este planeta. Ahora, acaríciame con ganas, joder.
El alienígena obedeció al gato, sin darse cuenta de la ironía de aquello. Debía ser al revés. Un gato no podía darte órdenes, ¿o sí? Se empezó a reír de nuevo. Miró al horizonte, que estaba lleno de felinos meando. Abajo, su oficial estaba aplastado entre los escombros de una obra a medias. Michael French, su mejor amigo, se reía desde su bolsillo.
Aquella había sido la primera broma graciosa de Pop Sop.
Quizá a mí la literatura que mezcla ciencia ficción o fantasía con humor me llama más la atención porque también es lo que me gusta escribir o simplemente porque es mi mierda. En las series también me inclino por las comedias, a las que vuelvo una y otra vez. Que una serie me haga reír es algo que doy más por hecho, pero cuando lo hace un libro, ahí soy feliz de verdad.
Y creo que mucha gente asocia que un libro sea de humor con que sea simple o que no trate temas complejos, cosa que no podría estar más lejos de la realidad. Aunque a veces uno también necesita reír porque sí, sin pensar en cosas más profundas, y eso tampoco le resta valor. Para mí no es que sea más difícil tratar un tema doloroso con humor, siempre lo he hecho así. Diría que es lo que me gusta, sin más. Es mi forma de ver las cosas.
En este blog hablo mucho de lo que yo escribo (porque para eso es mi blog, pienso yo), pero no he hablado tanto de referentes o de gente que me guste. Hoy voy a hablar un poco de gente a la que admiro y a recomendaros sus obras, por si os apetece leer algo con lo que echaros unas risas.
A lo mejor si eres una persona que sabe mucho del género ya conoces a todos los que digo, pero cuando hablo con amigos o familiares sobre literatura y digo algo como: «me inspiré mucho en Douglas Adams para escribir mi libro» o «ojalá escribir la mitad de bien que Laura Fernández» o menciono nombres como Terry Pratchett o Kurt Vonnegut, nadie sabe de qué hablo.
El libro que me hizo escribir novelas
Guía del autoestopista galáctico es la novela que hizo que escribiese novelas. Fue un descubrimiento revelador para mí, que viniendo de solo escribir poesía, ver que lo que yo quería hacer se podía hacer en forma de novela fue increíble. Lo flipé con cada detalle y quizá le tenga un cariño especial que me impide ser objetivo, pero no puedo obviar a Douglas Adams cuando hablo de literatura de humor.
Inspiración y disfrute continuo
Relatos para echar un buen rato
Fui con mi novia hace tiempo al festival de ciencia ficción 42, que se celebra en Barcelona. Por ese entonces yo estaba empezando a escribir (que tampoco es que ahora lleve mucho, pero ya es bastante más que en ese entonces) y fuimos a ver una charla de literatura de humor en la que participaban Sergi Álvarez y Martín Piñol (no recuerdo los demás porque tengo muy mala memoria, que nadie se enfade conmigo por favor). El caso es que Sergi empezó a decir nombres de autores españoles de humor y mencionó a Laura Fernández. Yo en ese entonces ni idea de quién hablaba, al salir fuimos a un puesto de libros para comprarme el de Sergi (que me había llamado la atención también) y vi el de Laura al lado, con una pinta increíble y mi cerebro hizo click. El dinero me daba para el de Sergi y otro, así que me hice con Gastronomía pangaláctica para gourmets y La señora Potter no es exactamente Santa Claus, dos libros geniales.
Si creéis que mencionar a alguien en voz alta no funciona porque nadie escucha esas cosas, esta es la prueba de lo contrario. Descubrir a Laura Fernández fue un giro en mi forma de ver la escritura y la literatura en general. Como he dicho arriba, ojalá escribir la mitad de bien que ella. Mientras me queda disfrutar de lo que escribe.
Una aventura divertidísima
Este libro, Érase una puta vez, lo compré en un crowdfunding al que sinceramente no sé muy bien cómo llegué. Sé que me aparecía todo el rato por Twitter la campaña y cada vez me llamaba más la atención, aunque no conocía a su autor todavía, Sergio Sánchez. Creo que llegó el último o uno de los últimos días para meterse en el crowdfunding y pensé que tenía que comprármelo, que me apetecía de verdad. Me compré este y Las historias de la Hermana Herminia, una antología de relatos que escribe el personaje principal. Cuando me llegaron abrí el libro sin saber qué me iba a encontrar y terminé disfrutando una aventura muy bien escrita y muy divertida bajo mi opinión. Un mundo de cuentos creados por una señora y gente peligrosa del mundo real.
Justo ahora Sergio tiene otro crowdfunding activo que en cuanto reúna un poco de dinero me meteré de cabeza. Además le sigo de cerca y veo que le va genial y no puedo evitar verlo con una sonrisa en la cara. ¡Se lo merece!
Literatura para marcianos
Llegué a Kurt Vonnegut porque sigo a la editorial Blackie Books en lo que publica, cosa que me pasa con pocas editoriales. Han sido pocas veces que haya comprado libros por la editorial y no por el autor, y la mayoría ha sido con Blackie. Primero leí Matadero cinco, luego Desayuno de Campeones y justo ahora estoy con Cuna de Gato. Decir que al principio me cuesta pillar a Kurt, no sabría decir por qué, pero el tío me acaba convenciendo siempre.
Mundodisco en general
La saga Mundodisco no podía faltar aquí, de Terry Pratchett, al que descubrí por Good Omens (el libro) y todavía he de decir que lo tengo a medias, porque es un libro que tengo para los viajes y se me olvida que lo tengo en la mochila siempre. También he de admitir que no me he leído entero Mundodisco, me leí unos cuantos libros con mi novia y otros cuantos yo solo, pero tengo pendiente que un día me dé por ahí, comprarme todos los que me faltan en físico y leérmelos de una sentada. Cualquier saga de Mundodisco se la recomiendo a cualquiera.
De mis héroes favoritos
Al terminar la lista he hecho memoria, porque mi memoria no es buena y sé que seguro que me dejo a alguien imprescindible, y dándole vueltas me he acordado de Bill, héroe galáctico, un libro de Harry Harrinson que creo que descubrí buscando portadas de ciencia ficción por Pinterest y me llamó tanto la atención que le di una oportunidad y me encantó lo que encontré. Es una novela sobre un tipo al que reclutan para luchar contra unos lagartos (no me acuerdo de su nombre) y le pasan unas cosas rarísimas. Tengo pendiente leerme las continuaciones.
Resumiendo
He releído un poco lo que he escrito y creo que no hablo casi de qué va cada libro, he hablado más de mi historia con esos libros. Luego he pensado que es mi lista, así que la voy a dejar así. Hay sinopsis en 81391398 páginas web, y esto no son reseñas, creo que prefiero hablar de sensaciones e historias.
Como he dicho antes, confío en que esta lista que no leerá casi nadie y no tardará en perderse en la inmensidad de Internet, hará que alguien descubra una nueva lectura guay. Igual que me pasó con Sergi en aquella charla con un comentario de pasada suyo.
Dejo por aquí otra portada más
Añadir que sigo estando no seguro, segurísimo de que me olvido gente. Si te va la poesía te recomiendo a Óscar García Sierra, aunque tiene una novela genial, pero no te vas a reír con ella. Juarma Santiago, Celia Corral-Vázquez, Santiago Lorenzo, Inés Galiano, Richard Brautigan son nombres que me vienen a la memoria sobre los que puedes investigar (aunque algunos no tienen ciencia ficción). El libro de Victoria Martín, que me compré por ser Victoria, pero que fue una sorpresa y disfruté mucho, Se tiene que morir mucha gente, también lo recomiendo. Bueno, y un autor que estoy descubriendo ahora, Fred Brown, que no tiene libros de partirte de risa, pero a mí sus historias me parecen divertidas.
Mil gracias por leerme y llegar hasta aquí, ¡espero que te sirva esta lista!
Bienvenido al decimoquinto Qué pasa aquí. En el que te cuento qué pasa aquí y ahora, todos los domingos en mi blog, porque resulta que seguimos en 2009. La gente todavía es feliz y tiene tiempo para leer blogs. Y si no que se jodan.
Temporada baja
Como ya dije el domingo pasado, ando escribiendo un nuevo libro, más experimental, más por reírme yo que hacer reír a otros. Me está costando dar con la tecla buena en cada capítulo, pero cuando la encuentro están saliendo las cosas, al menos yo me estoy divirtiendo. Sinceramente, con este libro tengo la sensación de que va a ser una mierda por el rumbo que estoy tomando, pero va a ser mi mierda.
No siempre se puede estar al 100% cuando uno escribe y menos si ando liado con otras cosas en la cabeza. No pasa nada, jode un poco, pero es lo que hay. Es peor darse cabezazos contra una pared que aceptar que está ahí.
No quiero contar mucho de qué va el libro, porque mi novia lee esto y no quiero hacerle spoilers. Puedo decir que será autoconclusivo, por fin. Que siempre empiezo las cosas pensando que serán un libro y ya llevo una bilogía y una trilogía en camino. Ya quería algo que empezar y terminar bajo las mismas solapas. Será de ciencia ficción y humor, cómo no, solo que metiendo un poco de surrealismo. Yo ya no sé cómo voy a vender eso a nadie.
Y estoy trabajando con Lucía en la cubierta de un proyecto del que hable por aquí hace tiempo, El color de las emociones, el inicio de una trilogía de ciencia ficción distópica, con peleas y sistemas de magia basados en las emociones. Un rollo bueno, que por cierto tengo que terminar ahora cuando termine esto lo que irá en la contraportada.
Lo de la preventa
Segunda parte de Yo siempre quise hacer surf
Mañana me llegan los libros a casa y tengo muchas ganas de verlos todos juntitos metidos en cajas. Como no me dará tiempo a prepararlo todo en un día y quiero dedicarle tiempo y cariño a cada pedido, haré los envíos el martes. Aviso que terminará la preventa, pero no la turra. Son libros que merece la pena leer y si no los muevo yo, nadie lo va a hacer. De hecho, ¿por qué no te los has pillado ya?
La imagen que he puesto hoy de cabecera es cómo imagino a la gente que ve mis tuits sobre mi libro. Estaba buscando una por el ordenador para poner y ha sido perfecta.
¿Qué estoy leyendo?
Estoy terminando El nombre del mundo es bosque, de Ursula K. Le Guin, un librito verde muy disfrutable para echar un par de tardes. Me lo terminaré esta noche y empezaré Cuna de Gato de Kurt Vonnegut. Después de eso, quién sabe, según tenga el día.
Resumiendo
Para ser un escritor fracasado hay que tener la mente preparada. No basta con autoconvencerse de que uno lo es, hay que actuar como tal. Todos los cursos de escritura te enseñan a ser un escritor de éxito, pero ninguno te prepara para el fracaso. A lo mejor no necesito soluciones, sino estallarme un kebab esta noche con lo que he ganado escribiendo libros y dejarme de tonterías.
Ni siquiera vuestro dios es capaz de darme ideas al respecto. Eso es lo que tenemos en común la máquina y yo: sabemos dónde está nuestro sitio. Sabemos que al final solo quedará uno de nosotros, y lo peor de todo, es que sabemos cuál de los dos será. Aun así me da consejos para convertirme en un escritor exitoso, como si al menos quisiera mantener mi esperanza viva, cuidarla, hacerla crecer y el día de su boda venir a matarla. Yo me reiré desde mi asiento en la ceremonia, porque mi esperanza ya era un cadáver antes de que llegase. Todo esto era por las risas.
Bienvenido al decimocuarto Qué pasa aquí. En el que te cuento qué pasa aquí y ahora, todos los domingos en mi blog, porque resulta que seguimos en 2009. La gente todavía es feliz y tiene tiempo para leer blogs. Y si no que se jodan.
La preventa la preventa la preventa la preventa la prev
Que sí, que ya sabemos que tienes una preventa de un libro.
Pero, aquí hablo sobre mí y sobre lo que me ha pasado últimamente, así que no queda otra que hablar de eso. Voy a intentar ser ameno y aportar cosas interesantes sobre el tema, porque a lo mejor a alguien le interesa saber un poco del tema.
Por si acaso, pongo en contexto. Yo hace un año publiqué mi primera novela «Yo siempre quise hacer surf» en Amazon. Me acuerdo que me puse a hablar con mi novia dando un paseo y llegamos a la conclusión de que había que cambiar, que se podían hacer mejor las cosas y sobre todo con más cariño. Y así fue. Ahora, un mes después, saco la segunda parte con una preventa (el libro todavía no está, pero como soy pobre, la preventa ayuda a saber cuántas copias se venderán y que el coste inicial no sea tan fuerte).
Una foto de risa simbolizando mi cambio de forma de ventas.
Voy a ser lo más sincero posible, porque si estás leyendo esto, en un blog, un domingo por la tarde, es que estamos en confianza. No me gusta cuando la gente me pregunta por la cifra exacta de libros vendidos que llevo, nunca hay una buena respuesta (si son pocos soy un fracasado y si son muchos soy un flipado). Lo dejo en que bueno, unos cuantos, que es difícil y eso. Digo que unos cientos, aunque estoy lejos de eso. A lo que íbamos: yo la preventa la esperaba que saliese mal o muy mal. Hay que tener en cuenta que el libro es la segunda parte de otro, y para que eso funcione bien, el otro se ha tenido que vender mucho. Así que como podéis imaginar, mal vamos.
Pero no ha ido fatal. De hecho, está yendo bien, dentro de lo que esperaría. Hay gente que se leyó el primero que se lo ha comprado sin pensárselo mucho (yo creo que eso es buena señal) y algunos se están comprando un pack con la bilogía (los dos libros) cosa que ha sido un acierto. Lo del pack se me ocurrió con Laia y así, si alguien veía la preventa, pero no se había leído el primero, podía comprárselo todo de golpe y más barato (aunque son 30 eurazos, cosa que es difícil hacer que alguien se gaste eso en libros). Y está resultando un poco.
Las cifras son bajas, eso es así. Aunque cada vez que me salta la notificación de que alguien ha hecho una compra me ilusiono, entro a ver quién es, veo que no sé quién es y me alegro. El libro va a llegar a una nueva persona. Quizá luego me obsesiono un poco esperando que llegue la siguiente notificación, pero eso supongo que es normal. Tampoco le doy muchas vueltas.
Luego me gusta pensar cosas para promocionar el libro en redes de forma que no se haga demasiado pesada, porque estoy siendo muy pesado. Y hay que serlo. Si no es que el libro se queda muerto en la web y la gente ni se entera. Lo que estoy intentando es llegar a gente diferente de la que me sigue, pero claro, eso ya es otro reto diferente.
Por el momento he pensado en hacer un directo en Twitch a modo de presentación de la bilogía, porque lo de enviar los libros a alguna librería pinta mal y que me dejen una tarde el espacio, también. Hay que ser realistas y saber lo que se puede y lo que no.
Me gustaría que la semana que viene, al escribir el Qué pasa aquí el domingo, pueda decir que se han vendido unos cuantos libros más. Esa es mi pequeña meta a corto plazo con la preventa, así que os contaré entonces qué tal. De momento: mejor de lo que esperaba.
El otro día escuché un podcast en el que uno de los invitados dijo que seguiría haciendo lo que hace aunque solo le escuchasen diez personas. Esto también se lo he oído a otros famosos. Si me preguntasen a mí, diría que yo seguiría escribiendo aunque solo me leyesen miles de personas, porque a mí ya me leen menos de diez.
Has visto qué despliegue de medios, ya resaltando cosas y todo.
Otras cosas
Hago más cosas aparte de vender libros. De hecho, he empezado a escribir otro. Estoy intentando salirme un poco de lo que suelo hacer y lo que suelo leer, para irme a una cosa extraña en la que cada capítulo quiero que sea una imagen muy clara. Como un cuadro. También quiero que cada capítulo transmita una sensación: incomodidad, curiosidad, agobio, risa, incredulidad… Pues eso, tonterías que hacemos los escritores para que luego nadie se dé cuenta. Mientras quede chulo a mí me vale. Y de momento creo que va bien.
Estoy liado con el último año de universidad y muchas veces no me da el cerebro para escribir, me enfado y me cuesta todavía más. Pero eso no es algo que no le pase a cualquier escritor, el tener que lidiar con la vida normal y escribir. El truco está en escribir todos los días, aunque sea un poco y mal. Yo he tenido que reescribir un capítulo entero dos veces, cosa que no es nada raro. Hubo una vez que reescribí un libro entero, eso sí que me jodió un poco, aunque con un resultado final que fue un «te lo dije» a mí mismo.
¿Qué estoy leyendo?
Estoy con Punki, Una historia de amor de Juarma Santiago. La segunda parte de Al final siempre ganan los monstruos, que igual que el anterior, igual que me río con más de una página, en otras me entran ganas de llorar (y lloro, sí). Pocos libros que consigan eso, quizá porque no estoy acostumbrado a historias así. Lo que sí que está claro es que de Juarma tengo mucho que aprender como escritor.
Resumiendo
No hay que obsesionarse con lo de vender libros, aunque no puedo evitar alegrarme cada vez que alguien me compra uno. Hay que encontrar el equilibrio para disfrutar del proceso y no hundirme si no vendo mucho. Con este post parece que solo piense en eso y no es verdad, es solo que aquí me he centrado en eso. Al final lo importante es escribir y pasarlo bien.
Hace nada pude leer «Puedes llamarme Espátula» de Celia Corral-Vázquez, editada por la revista Druids & Droids y ganadora de su Primer Premio Droide acompañado del club de lectura que organizaron. Tuve que resistirme a no leer el libro del tirón, porque había que seguir un orden para ir todos juntos. NO HAY SPOILERS IMPORTANTES.
Portada por Lucyna Adamczyk
¿De qué va la cosa?
El libro entra dentro del género fantaciencia: una mezcla de fantasía y ciencia ficción. Es lo primero que leo de este género, o eso creo, y me ha gustado mucho la combinación. Barriendo un poco hacia casa, me ha dado ideas para mis propias historias y eso siempre lo agradezco en cualquier libro. También tiene mucho humor, cosa que para mí siempre va a sumar puntos. Además, fue lo que me hizo comprarla en un primer momento.
La historia la protagoniza Eme (aunque queda eclipsada por Espátula), una trabajadora de Corp Orimens, una empresa de intercambio de mentes. Un cliente ha tenido un problema con su mente y con su cuerpo, por separados. Ella deberá resolver el conflicto como pueda, acompañada de Espátula (un cuerpo que solo atiende a sus necesidades), Atilio (un tipo muy desagradable) y Agapornis (una señora que huele sospechosamente a orujo).
Qué pienso de la cosa
No me gusta puntuar libros ni darles una nota. Aparte de que nunca podría ser justo; al leer por placer la subjetividad siempre iría por delante, ni me veo capacitado ni creo que aporte nada interesante. O me gusta un libro o no me gusta, sin más. Solo recomendaría o reseñaría el que me gusta, aunque sea capaz de ver algún fallo, claro. Si no me gusta, no hablo de él. Sé que para mucha gente seguro que ver las estrellitas o el X/10 ayuda mucho a decidirse a comprar libros (incluso a mí me influye muchas veces), pero yo prefiero hablar un ratito del libro y ver qué puede ofrecer.
Al ser una novelette, se hace muy fácil de leer. Es algo para devorar en una tarde o como mucho en dos. No hay descripciones largas ni párrafos densos. La acción es continua y hay muchos diálogos. En este caso quizá me hubiese parado a describir un poco más los escenarios, pero la novela tenía que tener una cantidad de palabras según el concurso en el que participó y eso se nota, para bien y para mal. A mí me gusta tener un poco más de contexto y disfrutar un rato más del libro, pero tampoco viene mal una buena dosis de acción directa.
Esto no quita que el libro te haga pensar sobre diferentes temas, su sencillez no implica simplicidad. Yo que estudio Psicología me he ido un poco más a la dualidad de la mente/cuerpo. No me quiero poner ahora a debatir conmigo mismo si existe esa dualidad, porque tampoco es que esté claro. En el libro hay un cuerpo que se queda sin mente y toma sus propias decisiones, basadas en sus necesidades inmediatas, sin que una mente como tal esté haciendo valoraciones sobre ellas. Pero, al fin y al cabo, eso es una forma de pensar, por lo que se habría creado otra mente, ¿no? Hay veces que pongo boca abajo el libro y me paro a pensar sobre lo que he leído, aquí tuve que hacerlo unas cuantas veces.
Hay una escena en concreto donde hay acción por todas partes: peleas, intercambios de mente y magia. Cualquier que haya leído la novela sabrá cuál es, no la quiero describir mucho para no revelar de más. Solo decir que hacer una escena así me parece muy complicado y Celia consigue llevarla bien. Además, con alguna risa de por medio.
A pesar de ser uno de los personajes, por así decirlo, más odiosos de la novela, a mí Atilio me ha gustado como personaje. La pelea de su mente y su cuerpo es divertida y es en torno a lo que gira la historia. Espátula me cae bien, y aunque tiene sus puntos, yo estoy con Atilio, el adicto al crossfit.
Al final de la novela hay un par de artículos sobre fantaciencia, que vienen muy bien para saber un poco más del tema, sobre las brujas y los intercambios de mentes. Aunque yo no me los leí nada más acabar la historia, me los dejé para otros ratitos.
Lo único que podría decir en contra del libro es una cuestión estética: los márgenes y el interlineado se me hacen muy grandes. Pero vamos, no dificulta su lectura ni creo que sea nada grave. A nadie le va a molestar más de la cuenta, yo soy un poco tiquismiquis con eso.
¿A quién recomendaría el libro?
Se lo recomendaría a cualquiera que le apetezca una lectura sencilla y disfrutable, tanto si eres lector de género, de humor o de ninguno de los dos. Vas a echarte una tarde estupenda.
Bienvenido al decimotercer Qué pasa aquí. En el que te cuento qué pasa aquí y ahora, todos los domingos en mi blog, porque resulta que seguimos en 2009. La gente todavía es feliz y tiene tiempo para leer blogs. Y si no que se jodan.
Sobre las novedades
Estaba muy contento de darle una nueva vida a la web y de sacar mi libro de forma independiente (independiente de Amazon, quiero decir). Pero más contento me he quedado cuando un chico me ha comentado por Instagram que echaba de menos esta sección del blog. Había dejado la sección blog disponible para los que quisieran verla, pero dudaba si merecía la pena seguir poniendo cosas. Ahora estoy seguro de que la merece.
Creo que he dado la turra por redes sociales lo suficiente, así que por aquí intentaré hablar de lo que no haya dicho ya.
Hay una cosa que alguno se podrá dar cuenta si busca, y es que el libro sigue en formato digital en Amazon. Eso es porque hice un acuerdo con Prime y no puedo quitarlo de ahí hasta que termine. Mi idea es en esta web subirlo en cuanto pueda.
Además es que, si os habéis fijado, para el 20 de marzo se viene una novedad (sí, literalmente un nuevo libro). No quiero todavía decir todo sobre él, porque me gusta espaciar un poco las noticias. Solo os diré que si os ha gustado la aventura de Lluvia, Cuchu, Sana y Agus, podréis continuarla un ratito más con ellos.
Y le doy al ENTER para no seguir diciendo nada sobre eso, porque tengo muchas ganas, pero hay que ir poco a poco. Es lo mejor.
Sí que repetiré que la web, la cubierta de los libros y el merch lo está haciendo mi pareja Laia. No puedo estar más agradecido con ella y tampoco puedo sentirme más orgulloso de lo talentosa que es. Que yo pueda escribir mejor o peor es una cosa, pero los libros y lo que hay alrededor son bonitos gracias a ella.
La ilustración de este primer libro y del siguiente son de Sopa, buscadle en Twitter. Es el mejor y no exagero.
Ya os contaré más adelante en qué otras cosas estoy avanzando y demás, hoy era el día para hablar de esto.
¿Qué estoy leyendo?
Debería estar actualizando un hilo de Twitter sobre las cosas que voy leyendo, pero entre que se me olvida y demás, ahí se ha quedado. La verdad es que tengo varios libros abiertos y voy avanzando en ellos poco a poco. Os recomiendo «Carcoma» de Layla Martínez y «Puedes llamarme Espátula» de Celia Corral-Vázquez. El primero es un libro que me está recordando un poco a «Siempre hemos vivido en el castillo» de Shirley Jackson, os lo recomiendo mucho sin haber leído todavía el final. Y el de Celia lo estoy disfrutando con el club de lectura que ha organizado, ¡ahora en 5 minutos tenemos la primera sesión! Es un libro de fantaciencia de lo más divertido, pues lo que a mí me gusta.
El logo ese que he puesto
Para abrir esta entrada del blog he puesto el logo que Laia me ha hecho para poner en mis libros a partir de ahora. Siendo sinceros, es una idea que le robado a Brandon Sanderson (un poco igual que esta sección), pero no creo que le importe.
Pensé que como tiene pinta de que mis libros los voy a seguir sacando yo, me gustaría tener algo representativo que luego cuando alguien lo vea lo relacione conmigo. Una marca personal, aunque me cueste decirlo.
Como veis mezcla bien lo que soy yo: la chistera es por mi nombre en redes y el planeta porque me gusta la ciencia ficción. No tiene mucho más, yo tampoco es que sea muy complejo.
Resumiendo
Comprad «Yo siempre quise hacer surf» si no lo habéis hecho ya. Os lo digo de verdad, está en su mejor momento. Tiene solapas. La portada brilla. El papel es del bueno. Te viene con pegatina y marcapáginas. Y dentro de poco saco la segunda parte, ¿y cómo te vas a leer la segunda parte si no te has leído la primera?
Me obligo a decirlo, porque estoy aprendiendo a hacerlo. Hoy ha sido la primera vez que pongo por el grupo de la familia algo sobre el libro, después de unos años manteniéndolo en la sombra. También lo he puesto en los estados de Whatsapp (es la primera vez que uso esa opción), a riesgo de que lo vea todo el mundo. Me da cosa, pero no debería dármela, porque no hay motivos reales. Está todo en mi cabeza. Al que le guste me preguntará o me dirá que quiere uno y el que no pasará del tema. Solo puedo ganar y no tengo nada que perder.
Mil gracias a todos, estoy muy ilusionado por seguir haciendo cosas y que Laia me acompañe en ellas. Es lo que me anima a seguir en general. Yo no soy nadie famoso ni nada, pero es que eso no importa. Aquí estamos para pasarlo bien. Si no, ¿para qué?
Aquí os dejo un relato sobre un viernes en casa, y la casualidad, de que es viernes y estoy en casa. La verdad que es que llevo desde el martes esperando a hoy para poder subirlo.
Por @himalaia_
Otro viernes que se quedaba en casa. Waser Kolin llevaba catorce viernes sin salir. No era que no tuviese opciones para salir, era que no le apetecía ninguna. Entre que algunos viernes llegaba cansado de trabajar toda la semana, entre que otros le apetecía por fin tener un rato para leer tranquilo y entre que otros no tenía ninguna excusa, pero no le hacía falta, al final se quedaba en casa.
Aquel decimoquinto viernes fue algo diferente. Waser se acababa de duchar y ya estaba sudando. Ya estaba empezando el verano, por lo que aunque pusieras el agua lo más fría que pueda estar sin que en vez de gotas de agua te caiga granizo por la alcachofa de la ducha, ibas a salir sudando de todas formas. La ducha sentaba bien de todas formas.
Se secó el cuerpo con su toalla siguiendo un orden estricto con una seguridad en sus movimientos propia de un bailarín experimentado. De arriba a abajo, dejando lo que quedaba más o menos a la mitad de su cuerpo para el final. Daba la vuelta a la toalla y repetía el proceso. Eso, y el calor del ambiente, lo dejaban listo para ponerse el pijama y tirarse en la cama.
Tenía un ejemplar de un libro que llevaba tiempo buscando e iba a devorarlo. No lo quería por el autor en sí, sino por la editorial. Aquella editorial era de esas pocas que conseguían hacer que compraras un libro porque sabías que el editor, los lectores beta o quien quisiera que estuviese a cargo de decidir qué se publicaba con esa firma y qué no tenía más criterio del que podía siquiera soñar. Y lo conseguían con autores extranjeros, nacionales, muertos, vivos e incluso las cuatro cosas a la vez. Así eran ellos.
No le gustaba mucho que casi todos sus libros fuesen de tapa dura; Waser prefería los libros de bolsillo. Pero las cubiertas de sus libros tenían perdón para cualquier cosa. Vaya ilustraciones, vaya elección de colores, ¡vaya tipografía!
Aunque su aprecio por esa editorial podía considerarse casi obsceno, en realidad no pensaba esas cosas, al menos de forma directa. No era que cogiese un libro y se excitara, simplemente apreciaba los detalles.
Ya tumbado, con su botella de agua fresquita al lado, el móvil cargando y un gato ronroneando a sus pies, procedió a leer. Y así lo hizo durante media hora más o menos, hasta que apareció él.
Hizo una pequeña pausa para mirar un rato el teléfono. Lo hacía de vez en cuando como persona de su tiempo; tenía que estar al tanto de todo lo que sucediese en el mundo cada instante. Contestó unos cuantos mensajes, reviso un par de redes sociales y terminó scrolleando* en Tiktok. No le gustaba que le gustase hacer eso, se sentía sucio, pero al final tenía que admitir que se entretenía un rato. ¿Qué tenía de malo entretenerse?
El primer vídeo fue un anuncio. El segundo fue un anuncio camuflado de vídeo normal. El tercero ya sí que fue un vídeo de unos tipos que iban en un coche, de noche, con la música a tope, se encontraban con un ciervo en mitad del campo y seguían su camino. Por alguna razón lo vio varias veces. El siguiente fueron unos gemelos que hacían cosas como irse a ver un cuadro a un museo y fliparlo. Aquellos dos idénticos personajes de ficción, pues para Waser la mayoría de gente que veía por aquella red social pertenecía a un universo paralelo, por alguna razón le inquietaban. Sonreían demasiado. El siguiente fue una escena de un anime que había visto cuarenta veces, pero con una música de fondo diferente. La vio entera. Siempre lo hacía.
El siguiente vídeo fue desconcertante. El lugar le resultaba familiar; era una habitación con montañas de libros que llegaban hasta el techo rodeando una cama. ¡Era su habitación! Miró hacia delante, como si fuese a encontrarse a alguien mirándolo, no vio a nadie y soltó una risita. Volvió a bajar la mirada al teléfono y se encontró consigo mismo en la pantalla. Pero no consigo mismo a la edad que tenía —tenía veinte años desde hacía cuatro años—, sino mucho más viejo.
Aquella versión de él mismo habló.
—Hola, Waser. Soy el fantasma de los viernes desperdiciados.
Waser scrolleó para abajo. Volvió a salir el mismo vídeo.
—Eso no va a funcionar, bro.
—No me puedo creer que una versión de mí mismo del futuro me acabe de llamar bro. ¿Eso no se habrá perdido en un par de años?
El viejo Waser negó con la cabeza.
—Todavía sigue.
—Solo porque compartimos la misma condena no voy a bloquear el móvil, al menos inmediatamente. Dime, ¿qué clase de programador cuántico del futuro ha conseguido hacer esto?
—Ya sabes quién.
Se sonrieron.
—Pues tú dirás —dijo el Waser joven.
—Tengo que enseñarte algo, ya sabes cómo va esto.
—Pero va a ser de forma tradicional, ¿o un poco más tecnológico?
—Tendrás que abrir el mensaje que te he enviado.
—No me has…
Una notificación apareció en lo alto de su pantalla.
—Vale, ¿y luego qué?
—Ahí habrá un enlace, ábrelo y te llevará a una web. En esa web habrá una imagen, toca la imagen con el dedo y aparecerás en Whatsapp. Tendrás que buscar un contacto llamado Yo, pues haz un grupo con él y habla, di lo que quieras. Él te responderá con el usuario y la clave de una cuenta de Twitter, en esa cuenta, en los mensajes directos, habrá otro enlace. Lo abrirás y volverás aquí, dónde tendrás que ir a la sección vídeos de gente que sigues y te aparecerá lo que te quiero mostrar.
El Waser joven lo pensó un momento. Era un camino tentador, pero él tenía otra opción mejor.
—¿Y si voy directo a esa sección no se me mostrará directamente?
El Waser viejo enrojeció dos o tres píxeles.
—No, claro que no.
—¿Seguro?
—Seguro. Hazme caso a mí.
—Vale, vale.
El Waser joven se puso a mirar al techo, a hacer tiempo, como si esperase que aquel vídeo desapareciese por sí solo.
—No voy a desaparecer solo, bro.
—Deja lo de bro, por favor, ya roza lo ridículo.
—Y si lo digo otra vez —sonrió de forma pícara—, ¿bro?
—Joder —Waser asintió con la cabeza—, es que deja de sonar bien.
—Ahí está la historia.
—Voy a ir directamente a la sección de gente que sigo. Eres consciente, ¿verdad?
—Lo soy —agachó la mirada—. Pero tenía que intentarlo.
—Lo has hecho bien, no te preocupes.
Se despidió con un gesto de despedida. El Waser joven le dio me gusta, se lo quitó y se lo volvió a dar, como signo de respeto. Ignoró la notificación que le había salido y se fue directo a la sección de gente que seguía. Allí volvió a aparecerse a sí mismo.
—Hola de nuevo, bro.
—Al turrón, que no sé mantener la atención más de diez segundos seguidos en esta red social, y ya llevamos unos cuantos minutos haciendo el bobo.
El Waser viejo levantó las manos.
—Tranquilo, que ya voy. Seré breve. ¿Has visto la habitación que se ha mostrado antes, al principio del otro vídeo?
—Sí, claro…
—Te la enseñaré otra vez.
Se vio cómo le daba a su propia pantalla con el dedo para cambiar la vista de la cámara frontal a la cámara trasera. La habitación era la misma en la que estaba el Waser joven, eso estaba claro, pero estaba llena de libros. Donde estaba su portátil en aquel momento, en el vídeo había un ordenador que para ser del futuro no daba mucha impresión, el Waser joven lo achacó a que había visto muchas películas de ciencia ficción y ya nada iba a impresionarlo. Sí lo hizo ver a un gato tumbado en el rincón al lado de la ventana donde solía tumbarse su gato, solo que aquel gato del futuro tenía un aura alrededor. Cuando se acercó el móvil a los ojos para ver mejor aquello, la vista volvió a cambiar a sí mismo, el cual estaba haciendo lo mismo.
—¡Joder!
—Esa la tenía preparada, sabía que fliparías con el gato.
—¿Qué es eso que lo rodea?
—Ya lo entenderás.
El Waser joven se encogió de hombros.
—Bueno, ¿eso era lo que tenías que enseñarme?
—Sí, eso era.
—¿Y dónde está el problema?
—¿Qué problema?
—Se supone que te me apareces para advertirme que no siga haciendo lo que hago, porque me irá mal o acabaré como tú o algo así.
—Bro. —Se rascó la cabeza antes de hablar— ¿De verdad crees que vengo para eso? Estoy en un viernes del futuro hablando con mi yo del pasado, tengo un libro de nuestra editorial favorita a medio terminar y he encargado unas pizzas para cenar. ¿Dónde ves el problema?
—No lo veo, no.
—Pues eso, bro. Disfruta de tu libro y de tu viernes, nos vemos.
—Hasta luego. —Se despidió levantando la mano con la que no sujetaba el móvil.
Bloqueó el móvil y volvió a abrir su libro, sonriente.
Su editorial favorita seguía abierta en el futuro.
*Scrollear, verbo original en inglés scroll, que utilizo como si fuese un verbo español más.
El otro día (hace un par de semanas) estuve en una charla literaria en mi pueblo y tomé muchos apuntes para luego reflexionar sobre lo hablado. Quería ponerme al día siguiente para que estuviese todo más fresco, pero no ha sido hasta hoy que me he encontrado esto en la mochila que me he acordado.
Luego la he desdoblado y se ha quedado medio bien.
En la charla estuve con dos escritoras: Ana Iris Simón y Carolina Casado. Al principio yo me notaba nervioso, pero luego salieron buenas reflexiones y se dieron varios debates. Ese es el resumen genérico, ahora voy a hablar un poco de lo que yo sentí. Recalco que todo lo que diga aquí es como yo lo sentí y como yo veo las cosas. Hablaré de los puntos que yo veo más interesantes o más me llamaron la atención.
Muchos libros y leer menos
Salió el tema de que habiendo tantos libros, por qué pensábamos que había que publicar más. Creo que se publican más de dos millones de títulos al año en todo el mundo y es algo que yo he pensado mucho. ¿Merece la pena publicar más cosas aparte de todas las que se publican? No estamos sobresaturando a lectores que ya bastante tienen con todo lo que ya existe, ¿como para darles más?
En este momento mi respuesta es un rotundo sí. A lo mejor en quince años cambio de idea, pero ahora mismo pienso así. Es como decirle a quien le gusta tejer bufandas o a quien le gusta jugar al fútbol que como ya hay mucha gente que lo hace que no lo haga más. La gente ya decidirá a quién quiere leer, cuantas más cosas tenga para elegir, pues mejor.
Fue un poco más tarde en el debate, pero también alguien dijo la frase que todos habremos escuchado alguna vez: «cada vez se lee menos«. Yo le pregunté que si había visto algún dato que lo corroborara, por curiosidad, y me dijo que bueno que era lo que se dice. Porque yo pienso lo contrario. Más tarde busqué en el móvil y en dos segundos encontré información acerca de estudios que dicen que cada vez se lee más.
Se llegó a la conclusión en la charla de que no es que se leyese menos, es que se leían cosas peores. Entonces ahí nace la relación que hago entre la sobrecarga de oferta y la lectura de menor calidad. Cuando realmente no tiene por qué ser así tampoco. Puede haber mil cadenas de comida rápida en tu ciudad que si quieres comer sano vas a comer sano (todos los ejemplos que pongo son metáforas de uso rápido, no son para profundizar en ellas).
Luego también a ver qué considera cada uno literatura de calidad. Porque a mí libros que podrían considerarse literariamente peores me entretienen y me hacen pasar un rato mucho mejor que libros que están considerados semidioses en la literatura. Porque, el fin último de todo esto, ¿no es pasarlo bien?
Entiendo que hay que tener una cultura general base y tener en cuenta que hay obras que influyen más que otras en nuestra cultura. Pero una cosa no quita la otra. Me puedo comer una hamburguesa para cenar y al día siguiente una ensalada de verduras. Puedo leerme un libro menos complicado que otro o más simple y luego leer cosas más complejas.
Aquí evidentemente cada uno tiene su opinión. A mí me parece guay que cada vez más gente escriba, que cada vez se puedan leer formatos más variados y que nos abramos a leer cosas que están fuera de lo más clásico. El leer por leer, para pasar un buen rato y a otra cosa, es válido. También está guay leer para reflexionar, aprender y exprimir un poco más el cerebro. Las dos cosas tienen que convivir en uno para tener la experiencia completa.
A lo mejor estoy un poco fuera
En un momento de la charla me sentí fuera de onda. Fue un momento en el que dejé de oír a las demás personas (solo fue un momento) y me dije a mí mismo: «a lo mejor estoy un poco fuera«. Creo que tengo una visión de la literatura en general muy infantil. A mí me gusta fantasear con movidas del futuro, como robots que escriben novelas perfectas en segundos o si mis libros se leerían en un apocalipsis. Tiendo a pensar mucho en mi muerte y en mi trascendentalidad en el tiempo. Y es que la gente está a otra cosa. A cosas más importantes, más reales y tangibles.
La gente en la charla estaba aportando cosas interesantes sobre temas editoriales y demás, y yo a veces saltaba con tonterías o cosas como esas. Pero es que esa es mi movida, es mi forma de ver las cosas y son los temas en los que baso mi escritura. Yo escribo por miedo y mis miedos son los que mandan. A la hora de hablar de escribir no tengo otra que hablar de eso.
Y creo que así va a seguir siendo. No porque esté orgulloso de ser así o porque crea que es la mejor forma de enfrentarme a la literatura, es que soy así. Claro que intento mejorar y aprender de los demás, pero la base es la que es. Si no estoy aquí para pasarlo guay, ¿para qué estoy?
Responsabilidad
Se habló también de que una vez publicado un texto, no eres responsable de él. Que la gente puede interpretarlo de mil formas. Para mí eso es lo bonito, pues he escrito cosas muy tristes que a la gente le han hecho mucha gracia. Al principio me enfadé un poco, luego entendí que tiene que ser así.
Esto lo dijo Ana Iris, que creo que ella se refería más con opiniones políticas y sociales, que es más lo que suele escribir ella. Yo como solo hablo de mis mierdas, tampoco me han dicho nada nunca. Pero todo texto está cargado de ideología y cuando en una novela estoy tratando un tema que no manejo del todo o en el que podría cagarla, alguna vez le he pedido a mi pareja que si ve algo raro que me lo diga.
Y os lo pido a todos los que me leáis también. Si creéis que me equivoco en algo o que la he cagado en algún comentario, en algún párrafo o en algún diálogo de algún personaje, me gustaría poder cambiarlo. Me gustaría poder aprender sobre ello y poder seguir mejorando. Con esto no digo que yo tenga vía libre ahora para decir lo que quiera porque con que me lo señalen ya vale, digo que sé que puedo equivocarme en algún momento.
Y poco más
Tengo un folio con apuntes en dos columnas y en los márgenes sobre cosas que se hablaron, pero tampoco quiero dar mucho la turra. Bastante se la di a todo el que vino a verme y a mi novia que me vio por videollamada.
Mi conclusión es que creo que tengo que seguir aprendiendo, informándome sobre literatura, estar atento al panorama general y hablar con más escritores. Ahora mismo estoy con la autopublicación y creo que seguiré así con varias obras, pues estoy bastante cómodo, pero creo que eso hace que me relacione menos con el mundo editorial. Es un mundo que da miedo y atrae a la vez.
Aquí os dejo un relato que escribí mezclando unas cuantas ideas sueltas que tenía, una para un personaje y otra para un argumento. Con eso, y con una referencia a la primera estrofa de Rap vs Racismo, se pueden hacer relatos. Además, mi novia dice que es de sus favoritos, así que automáticamente es de mis favoritos también.
By @himaliia_
Hacía rato que había anochecido. La carretera era un desierto oscuro un martes por la noche en el que muy pocos coches manchaban la noche con rayos de luz. Era una luz que lo dejaba todo perdido, pues rebotaba en las señales, en los quitamiedos y en los carteles de publicidad, para ir a parar a lugares que no deberían ser iluminados. De vez en cuando aparecía una gasolinera o un restaurante, o los dos a la vez, en el horizonte, para recordarte que seguías dentro de una civilización, que seguías formando parte del monstruo.
En el silencio que reinaba en aquel paisaje nocturno, todavía había almas que buscaban sentirse libres mientras pudiesen. Algunas solo lo hacían con una respiración pesada, provocada por el cansancio, o encendiendo una radio tranquila, que hablase de cosas que pudieses ignorar fácilmente mientras conducías pensando en tus cosas. La libertad no era muy atrevida en la oscuridad.
Un alma en concreto se salía de toda norma.
—Aquí está, sí señor, aquí llegó Mario César, MC MC, el improvisador del asfalto, la séptima marcha, la rueda de la música, el escupe parabrisas. —Se detuvo en el momento exacto en el que la voz repetía la cuña de publicidad y cogió aire para continuar en la parte musical—. Llego y te adelanto por la izquierda, por la derecha es ilegal, tu coche es una mierda y mi camión es brutal. Yo no reparto comida, reparto lo que me toque, si toca comida, pues toca comida, pero si no toca comida… ¡Mierda! Ya me he liado.
Aporreó el claxon un par de veces, enfadado. No había ni un coche en su radio de visión, ni por delante ni por detrás. Se hizo la típica pregunta: ¿Si todo el claxon y nadie lo oye, de verdad está sonando mi claxon? Pues claro que sí, pensó. Había pasado la ITV hacía dos semanas, habían revisado hasta la última función de su camión y estaba todo en orden. Incluso su claxon. Tenía un papel con validez legal que podía usar en un juicio al respecto como prueba A. La prueba B es que él mismo podía escucharlo.
Pero el abogado del demandante era bueno, había traído a un psicólogo que había estudiado en una universidad, luego en otra, después en una tercera para volver a dar clases en la primera y fundar después una consulta propia. Aquel tipo dijo que podía ser que su cerebro, condicionado por tantas veces de haber tocado el claxon, fuese el que produjese el sonido en su propia mente. La mente está en un plano físico diferente al que se encontraba el juicio, por lo que su prueba B quedaba descartada.
Mario maldijo a Freud, a Wundt y a Skinner. Y al psiquiatra que una vez le recetó ansiolíticos cuando su problema podría tratarse en unas cuantas sesiones de terapia, más todavía. Si los psicólogos son seres despreciables, los psiquiatras son demonios encapuchados con recetas médicas.
Aquel tipo de divagaciones mantenían a Mario medianamente cuerdo durante su jornada laboral. Más bien lo mantenían despierto. Lo que más miedo le daba de trabajar de noche era quedarse dormido al volante y no llegar a tiempo a su entrega. No había pensado en lo de que podía resultar peligroso; en algunas cosas su cerebro prefería no profundizar. Digamos que su cerebro era un tipo selectivo, de los que apartaban el pepinillo a un lado antes de comerse la hamburguesa. Mario tenía suerte de tener a alguien así dentro de su cabeza.
Otro anuncio de publicidad.
—Si canto sin que nadie me oiga, canto para mí y para mi novia. Todavía no la tengo descargada, pero pronto será hasta mi tono de llamada. Ser camionero no es sexy que digamos, por-eso-rapeo para ser el pu…
—Compramos tu coche, compramos tu coche, compramos tu coche, punto net.
—Lo sé, sé que compráis mi coche.
Suspiró. Aquella noche no estaba consiguiendo encajar bien las rimas. No conseguía fluir con la música de los anuncios publicitarios como solía hacer. Era en aquellos momentos cuando prefería optar por el silencio. El silencio era un ritmo al que temía, pues lo dejaba totalmente solo en la improvisación. Apagó la radio.
No se oía nada, aparte de su respiración y la respiración de su camión. Mario no veía a su camión como un ser vivo, sus delirios no habían llegado a tanto, todavía, pero sí que veía en él actos propios de un ser viviente. La manera en que su boca y su culo eran lo mismo le estremecía, pues lo cargaba y lo descargaba por el mismo sitio. Como si su función fuese comer, no hacer nada con la comida y vomitar.
Mario hizo el gesto de vomitar con la cara para ver lo que sentía su camión y se encontró con una señal de área de descanso. En su cabeza, el psicólogo que antes lo había acusado de presentar pruebas falsas en un juicio por un condicionamiento cerebral, volvió a hacer aparición para usar el mismo argumento en un juicio diferente: se estaba meando. Vaya que si lo estaba haciendo.
Tomó la salida, paró el camión a un lado para no molestar a nadie y se bajó a cumplir su misión detrás de un arbusto. De noche. Por si alguien le veía un píxel de carne. El psicólogo quiso volver a hacer aparición, pero recibió una paliza por parte de unas cuantas neuronas cansadas del mismo recurso cerebral para explicar cualquier cosa. Hay cosas que son porque sí, y ya.
Como el pequeño escalofrío que sintió Mario mientras el chorro de orina golpeaba el suelo en un lugar bien alejado de sus zapatos, para no salpicarse.
—¿Ya? —se preguntó en voz alta.
Y es que esa sensación de alivio acompañada de un estremecimiento al terminar de echarlo todo, generalmente, venía al terminar de echarlo todo. Notaba algo distinto en su cabeza. Aquella noche todos sus pensamientos parecían ir sobre su cabeza, su cerebro y su mente. ¿Debería empezar la carrera de psicología? No, le gustaba conducir. Prefería conducir y escucharse a sí mismo que no conducir y escuchar a los demás.
Se la sacudió un par de veces, la devolvió a su sitio y se encaminó de vuelta a su vehículo. Arrancó, metió primera y se dispuso a continuar su camino. Tres minutos de descanso eran algo normal, a partir de cuatro minutos ya era vicio y vaguería. O eso decía su jefe.
Mientras volvía a entrar en la autopista notó que algo le rozaba la cabeza por el lado que daba al copiloto. Dio un manotazo en esa dirección sin siquiera girarse, como para espantar al insecto que se hubiese colado en su cabina. No le gustaba matar a ningún insecto, no tenían la culpa de ser insectos, ni de haberse colado en su cabina, ni siquiera de ser tan pesados. A él con que lo dejasen conducir tranquilo le valía. Conduce y deja conducir, esa era su máxima.
Volvió a notar el roce de algo en su cabeza, esta vez más fuerte.
—Malditas moscas nocturnas —exclamó Mario.
Dio otro manotazo, esta vez más fuerte, en esa dirección. Su mano chocó contra algo metálico, lo que le hizo pensar que una de dos; o las moscas habían mutado a seres gigantes metálicos o alguien le estaba apuntando con un arma.
Se giró un momento hacia el asiento del copiloto esperando encontrar a un ladrón, a un asesino o a las dos a la vez. Lo que no esperaba encontrarse era con un extraterrestre.
—¡La leche! La conquista ha empezado, pero, ¿por qué conmigo?
—Casualidad, supongo. Manos arriba.
—Tío, si levanto las manos nos estrellamos.
El extraterrestre pareció pensarlo un poco. El extraterrestre pareció que por primera vez reparó en algo que no fuese Mario, pues miró alrededor como si aparecer de forma súbita hubiese sido el modo de llegar al asiento del copiloto de su camión. Asintió levemente con la cabeza.
—Tienes razón —admitió el extraterrestre, pero sin bajar el arma—, retiro lo dicho. Nuevo plan: llévame ante tu líder.
—Amigo, ¿podrías ser un alienígena menos cliché?
—¿A qué te refieres?
Mario soltó un montoncito de aire por la boca a la vez que levantaba los brazos y los hombros de forma exagerada, pero sin separar las manos del volante.
—Eres un bicho azul con antenas, vas desnudo, tienes una pistola rosa que tiene pinta de que más que dejarme un agujero en el cerebro lo que haría sería desintegrarme al instante y ahora me pides que te lleve ante mi líder —hizo una pausa para coger aire—. Eres un alienígena de película, de película mala o antigua. Solo te ha faltado abducirme con un platillo volante.
—Tienes razón, perdona. —El extraterrestre guardó el arma, para sorpresa de Mario, que por cada palabra que había soltado por la boca se le había encogido más todavía el corazón—. No se me da bien eso de viajar por el espacio, y mucho menos lo de improvisar. Lo intento, pero al final acabo tirando de tópicos y frases recicladas.
—¡A mí me pasa lo mismo! Soy, bueno —se lo pensó un momento antes de decirlo—, quiero ser cantante. No tengo tiempo para escribir letras, así que practico yo solo mientras conduzco e improviso mis rimas. No veas si es complicado.
Estuvieron un rato más hablando sobre la música, las dificultades del lenguaje y sus múltiples posibles aplicaciones. Aquel extraterrestre era un tipo agradable, pensó Mario. La primera impresión no debe ser la que cuente y menos cuando se trata de encuentros interplanetarios. Decidió que aquel extraterrestre iba a ser su amigo y que dentro de unos años, mientras tomaban algo en alguna luna de Júpiter, se reirían recordando su primer y aparatoso encuentro.
—Por cierto, lo de llevarme ante tu líder sigue en pie.
—¿En serio?
—Sí, es por un tema práctico. Al final necesitaré hablar con quien maneje el cotarro, si no, ¿para qué he venido hasta este planeta?
—¿A hacer turismo? —sugirió Mario.
Volvió a sumirse en un silencio pensativo para procesar la pregunta de Mario. Parecía ser que el camionero, sin darse cuenta, ponía patas arriba el lógico y ordenado cerebro del extraterrestre.
—Podría ser, pero no. Uno no viaja millones de años luz para hacer turismo, para eso tenemos simuladores. Mi misión es otra.
—¿Cuál? —preguntó Mario.
El extraterrestre no concebía que Mario, que podía considerarse el último mono de su especie, hiciese preguntas sobre cuestiones como esa.
—El primer paso es llevarme ante tu líder, luego podrás ver el resto.
Lejos de verlo como una derrota, Mario se lo tomó como una oportunidad.
—Vale, pero a cambio quiero que escuches alguna de mis canciones durante el viaje. Y tienes que ser mi amigo.
—Supongo que no me queda otra opción. —El extraterrestre se encogió de hombros.
Mario subió el volumen de la radio, se aclaró la garganta, dio un giro para nada legal en medio de la autopista y se dispuso a cantar.
Claro, que, solo se dispuso. No llegó a hacer lo que iba después.
Era la primera vez que cantaba para un público tan grande, los nervios le podían. Le caían goterones de sudor por la frente, puso el aire acondicionado, estornudó varias veces, bajó las ventanillas, puso la calefacción, luego subió las ventanillas, seguía sudando…
—Tío, no estés nervioso —dijo el ser de otro planeta—. Llevo mucho tiempo sin escuchar nada de música, seguro que hagas lo que hagas será bueno.
—¿En tu planeta también tenéis música?
—Pues claro, va incluida con la civilización.
A lo mejor, conocer un poco mejor a su público, igual que él se conocía a sí mismo a la perfección, le permitiría saber un poco por dónde tirar cuando arrancase a cantar. Más información siempre significa mejores rimas.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Mario al extraterrestre.
Otro breve silencio.
—Tu cuerpo no está preparado para pronunciar mi nombre. Llámame Tot.
—Qué nombre más raro.
—Es en lo que he venido.
Mario alzó las cejas. Se imaginó que el extraterrestre, Tot, tenía un camión gigante aparcado en la órbita del planeta, con el cual se dedicaba a ir por la galaxia repartiendo mercancía, igual que hacía él.
No podía estar más equivocado.
—¿Has venido en un Tot?
—Sí.
—¿Y ese qué modelo de camión es?
—¿Eh? No, no es algo ni remotamente parecido a un camión. Es una molécula de información.
Aunque el cerebro de Mario estuviese acostumbrado a llegar a conclusiones parecidas a «molécula de información«, después de que dicha afirmación rebotase entre sus neuronas, pues ninguna quería ser la que almacenase dicho concepto, se vio obligado a preguntar que a qué demonios se refería con aquello.
—¿A qué demonios te refieres con eso?
—Ves, por esto no me gusta hablar con gente común y corriente. Ahora te voy a explicar todo, no te vas a enterar ni de la mitad y luego se lo tendré que explicar otra vez a tu líder. Es una pérdida de tiempo para los dos.
—Vale, vale. Lo entiendo. Eres un extraterrestre muy ocupado y yo solo soy un camionero que rapea cuando nadie lo ve. Estamos a millones de años luz de distancia, como bien has dicho antes. Soy una mierda cósmica que no puede entender lo que es un Tot.
Mario estaba a punto de echarse a llorar delante de un extraterrestre desnudo. Al pensarlo se dio cuenta de que, si estaba desnudo, ¿dónde se había guardado el arma?
—No quería decir eso… A ver, creo que te lo puedo resumir bastante bien. La información, como bien sabréis a estas alturas, es otro estado más de la materia, ¿verdad?
Mario no sabía de qué narices le estaba hablando.
—Por supuesto, lo sabe hasta un perro.
—Nosotros aprendimos a, de alguna forma, copiarnos a nosotros mismos, en lo que llamamos un Tot; una molécula de información que si la dotas de energía, puede viajar por el universo hasta dar con una mente consciente que pueda asimilarla. Mi Tot fue a parar a tu cerebro, por lo que toda mi información fue pegada en él, como si me conocieses a la perfección. Así puedes verme, oírme, olerme… En definitiva: notar mi existencia. ¿Entiendes por dónde voy?
El cerebro de Mario quiso hacer algo para no explotar y decidió resumir aquel mensaje de alguna forma.
—Me habéis metido un pendrive en el cerebro contigo dentro, ¿no?
Tot asintió levemente.
—Sí, podría decirse así.
—Entonces, si no me equivoco, mi jefe no podrá verte ni oírte ni nada. Él no tiene ningún pendrive en el cerebro. Dudo siquiera que tenga cerebro.
El extraterrestre, no familiarizado con las costumbres lingüísticas de la Tierra, no sospechó nada cuando Mario se dirigió a su líder como su jefe.
—Al igual que puedes modificar un sólido a tu antojo, también puedes hacerlo con la información. Tenemos nuestros trucos. Cuando veamos a tu líder, con que le digas mi nombre, podrá sentirme al instante.
—¿Los cerebros tienen Bluetooth?
Mario cogió la salida que iba hacia la nave de su empresa.
—Si se lo instalas, sí. —Tot había decidido continuar con aquella metáfora computacional. Simplificaba mucho las cosas.
—Entiendo. Somos jodidos robots orgánicos, pero con un software desactualizado. ¡Ya lo entiendo! ¿Eres un informático galáctico que ha venido a actualizarnos el sistema operativo?
Tot se arrugó la frente azul con los dedos, también azules.
—Eso es. Eso es exactamente lo que he venido a hacer.
—Espero que no nos cobres mucho, con la inflación y eso, estamos jodidos últimamente.
—Tranquilo, la primera vez es gratis.
La idea de tener un sistema operativo que actualizar le dio a Mario un impulso más potente que beberse tres bebidas energéticas de golpe. Recorrió las calles del polígono industrial como si fuese un circuito y lo que condujese no era un camión limitado a noventa, sino un coche de carreras que podía dar las curvas pegado a los edificios. Así se llevó unas cuantas señales, farolas y maceteros.
Tenía un amigo. Tenía un amigo que no solo era extraterrestre, además era un informático galáctico que no cobraba el primer servicio. Definitivamente la primera impresión no era la que debía contar. Seguro que lo de la pistola era cosa de sus superiores azules. Él mismo sabía lo que era tener un jefe medio tonto. En breve iba a poder comprobarlo.
Mario vio que la puerta de la nave estaba subida, pero no del todo. Iba emocionado, con la emoción que aporta tener a un extraterrestre a tu lado, así que subestimó sus posibilidades de pasar intacto. Destrozó la parte de arriba de su preciado camión y abolló la puerta. Frenó justo antes de estrellarse contra una estantería llena de cajas. En su cabeza había sido una entrada triunfal y un aparcamiento perfecto.
En la cabeza de su jefe, que era una cabeza que llevaba veintiséis horas seguidas despierta, una cantidad ingente de cafeína circulando por su sangre y una paciencia al límite, aquello fue digno de salir de su despacho dando voces. Como mínimo.
—Me cago en todo lo cagable, ¡Mario! ¿Se puede saber qué haces? Has fumado porros, ¿has fumado porros, verdad? Lo sabía, no tenía que contratar a un tío que lleva gorra por la noche.
—¿Eh? —Mario se bajó del camión de un salto, seguido de su nuevo amigo galáctico—. Tranquilo, Jujo, todo bien tío. —Mario era ese tipo de empleado que llamaba a su jefe «tío«. Depende de lo amistoso que estuviese su jefe, podía tomárselo mejor o peor.
En ese momento era uno de esos que peor que mejor.
—Tendrías que estar repartiendo, ¿por qué no estás repartiendo?
—Tengo que presentarte a mi amigo azul.
Su amigo, Tot, empezaba a dudar de que aquel fuese el líder que buscaba. Pero nunca se sabía con civilizaciones inferiores.
—¿Te sigue la policía? —le preguntó su jefe.
—¡Qué va! Sabes que conduzco perfecto, tío.
Su jefe miró hacia el techo de su camión, Mario lo siguió con la mirada.
—Salvo ese detalle.
—Me cago en…
—Este es Tot. —Se giró hacia Tot—. Viene de muy lejos para cambiarnos el sistema operativo.
Delante de los ojos de Jujo apareció un extraterrestre desnudo, armado con una pistola rosa.
—¡La hostia! ¿El efecto de los porros es contagioso?
—No he fumado nada, y tú tampoco, tío. Esto es información, tío.
Tot se aclaró la garganta, dispuesto a hablar, por fin, con una persona importante de la Tierra.
—Por fin puedo hablar con usted. Vuestra civilización está anticuada, y por lo que veo, no merece la pena salvaros. Voy a exterminar a vuestra especie, excepto a Mario, a quien utilizaré como receptor para que llegue el resto de mi gente. ¿Tienes algo que objetar?
Jujo se giró hacia su empleado.
—Mario, ya hemos hablado de esto, no puedes recoger a cualquier chalado que veas haciendo autoestop. Las drogas no solo le han dejado azul, también le han frito el cerebro.
Mario estaba en otro planeta. Mario estaba disfrutando de la escena como un niño. Su nuevo amigo tenía que exterminar a la humanidad para sus movidas informáticas e iba a dejarlo vivir a él. Eso no pasa todos los días.
Poco a poco una emoción que le resultaba familiar iba creciendo en su interior. Solo necesitaba un poco más de tiempo para que terminara de hacerle efecto del todo.
—Mira, chalado azul con antenas. —Su jefe volvió a girarse hacia el extraterrestre—. Llevo más de veinticuatro horas despierto, mi mujer no me habla porque trabajo mucho, no entiende que si trabajase menos, tampoco podría hablarme porque nos hubiésemos muerto de hambre. Esta noche tengo a decenas de inútiles como este que tienes al lado recorriendo el país y tengo que supervisar que todo está bien. Y de momento, he perdido un cargamento y la parte de arriba de un camión. Si quieres robar algo, coge lo que quieras y mándame un email con lo que te hayas llevado.
Tot decidió que, ya que aquel tipo se había desahogado con él, él haría lo mismo.
—Mira, líder de una especie de monos pelados, mi civilización colapsó hace miles de millones de años y llevamos todo ese tiempo vagando por el espacio metidos en partículas incómodas que contienen toda nuestra información. ¿Te crees que por no haber dormido unas horas me vas a dar pena? Hemos destruido planetas por capricho y podemos volver a hacerlo. De hecho, lo haremos. Así que olvídate de tu pequeña empresa de cargamentos. Mario, ¿seguro que este es el líder de tu especie?
Cuando Mario escuchó su nombre, sintió que era llamado al escenario. Era su momento: tenía que cantar. Tenía el público perfecto, había creado la atmósfera perfecta y era la noche de su vida. Hizo como que cogía un micrófono y empezó a gesticular con las manos.
—Aquí está, sí señor, aquí llegó Mario César, MC MC, el improvisador del asfalto, el portador de marcianos, el mono galáctico, el último de su especie. -Hizo como que tosía-. El subidón de estar aquí todos unidos, se pierde un poco cuando piensas en el motivo, todos distintos con su especie y su civilización, pero es Hip Tot, y tenemos que vivir todos unidos*.
Tot y su jefe escucharon a Mario improvisar una canción de diez minutos acerca de cómo podían convivir todos juntos, de cómo era la vida en la carretera y de su odio por un abogado imaginario. Cuando Mario terminó, tiró al suelo su micro imaginario, cruzó los brazos, sudoroso, y dejó que su público hablara.
El extraterrestre y su jefe hicieron las paces, conmovidos por la canción de Mario. ¿Por qué destruir a toda una especie, pudiendo vivir todos juntos? Se dieron los tres un abrazo y fueron felices para siempre, todos juntos.
O eso fue lo que sucedió en la mente de Mario. Cuando salió de su ensoñación, su jefe, y todos los trabajadores de su empresa, estaban muertos en el suelo. Tot le tenía atado a un poste, había cogido su camión y se dirigía a cumplir su propósito.
Mario solo pudo reírse de la situación.
—Típico de Tot —dijo mientras se meaba encima.
(26/07/2022)
*Letra original de El Chojin, de Rap VS Racismo. La mente de Mario pensó que aquella canción era apropiada en aquel momento y decidió hacer una pequeña versión de la misma.